En su Diccionario del Diablo Ambrose Bierce escribió: “Censor: representante de ciertos gobiernos, encargado de hacer desaparecer los trabajos de los genios”. En la actualidad no solo los gobiernos censuran, también las personas, los ciudadanos.
Así ha ocurrido por estos días con el mural “El amor no tiene género”, del artista Apitatán, en Quito. En la obra se veía a tres parejas besándose, una heterosexual y las otras dos homosexuales.
La intervención plástica llamó la atención de los moradores del barrio Bellavista, quienes llamaron a la Policía y esta impidió al muralista terminar su trabajo. Al siguiente día las parejas homosexuales aparecieron grafiteadas y ya hoy la pared ha sido pintada de blanco.
Esta cascada de acciones nos demuestra que Quito es una ciudad estricta, que rechaza la diversidad. El artista invirtió de su bolsillo dinero para comprar los materiales y plasmar su arte en la pared. ¿Qué molestó? Que hubiera dos hombres y dos mujeres besándose.
Tras la aprobación del matrimonio igualitario por la Corte Constitucional, el país se ha dividido en dos bandos que se atacan y recriminan como vecinos mal llevados. Censurar el mural de Apitatán,¡lamentable!; el arte no se destruye, se admira.
Sigamos pintando libremente lo que se nos ocurra, esa es la magia del pincel, poner en cerdas la ilusión, el amor, la esperanza de construir un país mejor, uno tolerante y empático.
Pablo Virgili Benítez