A diario observamos con asombro acontecimientos que protagoniza EE.UU. alrededor del mundo. En lo que a su política interna respecta, conocemos del racismo aún latente y su ascendente ola de impunidad.
Absoluciones a policías blancos involucrados en muertes de ciudadanos de raza negra han restado legitimidad a la confianza en su sistema judicial. Ello sumado a los dos tiroteos que por semana se sufren en centros educativos norteamericanos, más las acostumbradas agresiones físicas y psicológicas a niños y adolescentes, de lo que han podido acuñar como la anticultura nacional del bullying.
Los recluidos en la cárcel de Guantánamo en Cuba por supuestos actos de terrorismo se encuentran detenidos ya 12 años sin cargos, prohibidos de ejercer el derecho a la defensa en un civilizado juicio justo, sobreviven bajo el régimen de la tortura, denigrados, según un informe recientemente difundido por el Senado de EE.UU. A través del polémico informe se conoce de prácticas ‘modernas’ de tortura, que nos transportan a las peores y oscuras épocas de la Santa Inquisición, pero que a los ojos de EE.UU. se trata de forma retórica de ‘principios de seguridad nacional’.
En lo atinente a su política exterior, EE.UU. ha brindado apoyo a dictaduras militares y gobiernos de facto en Centro y Sudamérica. Por otra parte, se conoce que EE.UU. es el único país del continente americano que no ha ratificado la Convención Americana sobre Derechos Humanos, Pacto de San José, sin embargo, incide activamente en la toma de decisiones a naciones que sí lo han hecho.
En el continente europeo se conoce del espionaje realizado a Alemania, según filtraciones de información del soldado Bradley Manning y el extécnico de la CIA Edward Snowden, difundidas por el portal WikiLeaks a cargo de nuestro refugiado político Julian Assange. Por otra parte, las sanciones injustificadamente impuestas a Rusia a través de la UE, a la cual EE.UU. empuja y convence de que “quien no esté con ellos -EE.UU-, está contra ellos”, más las sanciones a Venezuela impuestas a través del Senado de EE.UU. a un país soberano hacen ver con meridiana claridad el afán de decidir sobre el mundo de lo que a sus ojos es el bien y/o mal, irrespetando democracias de países soberanos.
Con este ligero esbozo de la imagen que nos proporciona EE.UU. nos preguntamos: Si son esos los principios y fundamentos de libertad que pregonan con su Constitución o los que demuestran con su política interior y exterior los ciudadanos norteamericanos a través de quienes los representan, más allá y al margen de liderar líneas de investigación en universidades de renombre y ser un foco de abastecimiento de tecnología al mundo, ¿qué clase de ‘ciudadano modelo’ se forma en la democracia norteamericana? ¿Es EE.UU. el país por antonomasia defensor de la libertad y los derechos humanos?
Ab. Pablo Javier Barragán Ordóñez