La crónica relata que el conquistador cambiaba espejos por oro. A estas alturas de la historia nadie discute sobre la necesidad de un adecuado manejo ambiental; es indispensable que toda actividad regule su impacto o huella ecológica, más aún aquellas que sus efectos permanecen por largo tiempo, como es el caso de la actividad inmobiliaria.
Hay que tener mucho cuidado en la administración de control y estímulo correspondientes a la competencia de los gobiernos locales; llama la atención que simplemente mediante resolución administrativa, hoy en Quito, se aplique una matriz promoviendo la ecoeficiencia.
Aparentemente, el entusiasmo estimulador se desenfocó, los efectos son muy graves. Se estarían socializando los costos, al no cobrar los impactos reales en los sistemas y redes de servicios públicos; por otro lado, permitiendo ventajas ilegítimas que distorsionan el mercado.
Qué decir de los efectos en la calidad de vida de los vecinos, sufriendo todo tipo de afectaciones a nombre de la modernidad y su símbolo: las grandes torres en altura. Tolerando que cierto sector inmobiliario se beneficie de una renta marginal, a costa de los ciudadanos y de los compradores.
El tema abarca dos aspectos fundamentales a destacar: la densificación urbana y el manejo ambiental; cada uno de ellos generan tanto costos como beneficios sociales. Con un procedimiento transparente sostenible y sustentable, apoyado por un sistema normativo, la gestión local debe responder a esta problemática y rendir cuentas sobre lo actuado. (O)
Arq. Reinaldo Torres Jaramillo