Durante mi embarazo, sobreviví a una preeclampsia. El doctor vio que mi presión aumentaba de 150 a 230, e intervinieron rápidamente. Si no se me practicaba una cesárea habríamos perecido mi hijo y yo, por falta de irrigación sanguínea. Gracias a la atención a tiempo del hospital Los Ceibos del IESS, puedo contar mi historia.
Prácticamente vivo en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales (UCIN) de este gran hospital. Tengo 22 días luchando junto con las otras madres, pues no somos excluidas del proceso curativo de nuestros hijos.
En un espacio inmenso dividido en varias salas, organizamos nuestros días en torno a proveerles de afecto, buena nutrición y amor. Nos extraemos leche con máquinas electrónicas, sobre cómodos muebles. De ahí vamos a la sala donde están los bebés en sus termocunas, para alimentarlos.
El momento que uno se relaja es a la hora de ir a almorzar con las personas con las que ha tenido más afinidad. Aquí nos dan desayuno, almuerzo y merienda, gratis.
Yo le doy de lactar cada 3 horas, incluso en la noche. Llevo casi un mes durmiendo 3 horas diarias. Mi familia está desesperada porque ya vuelva a la casa, pero hasta que mi hijo no gane peso, soportaré este dulce encierro.
Gracias a Dios mi bebé, Noé, está ganando peso. Los doctores, enfermeras y auxiliares están 100% pendientes de cada uno
de los niños.
Aconsejo a madres que atraviesan por partos complicados que se descarguen emocionalmente. Sí, hay que ser fuertes, pero primero hay que dejar salir todo lo reprimido y llorar para después empezar a luchar, pues es una lucha diaria. (O)
Pilar Vera