Soy una madre joven, tuve a mi hijo a los 20 años, se llama Matías y tiene 7 años. Y me ha enseñado mucho. Recientemente, atravesamos un obstáculo de salud. Le dio un dolorcito de barriga por la mañana, resultó que era una apendicitis. Estuvo 6 días en el Hospital Los Ceibos del Seguro donde lo operaron.
Durante el tiempo en recuperación apareció un profesor que le enseñó a hacer origami y crucigramas. No me lo esperaba, me sorprendió cuando entró a la habitación y se presentó con un reporte indicando que trabajaría con mi hijo. Y les mandé una foto a mi familia: “Miren hasta en el hospital le están dando clase”, y nos reíamos. El profesor encontró a mi hijo de mal humor. Él era un desconocido para Matías, que es tímido.
Al principio mi hijo le contestaba entre dientes y poco a poco fue conversando con él hasta que, con el pasar del tiempo, terminaron leyendo artículos del periódico y haciendo sopas de letras con diptongos y triptongos. Así lo motivó. Me parece excelente la iniciativa que han tomado estas dos entidades, el Ministerio de Educación y el IESS, al contratar profesores nobles, alegres y extremadamente amables.
Porque los niños que han sufrido una operación están deprimidos. Como le ocurrió a mi hijo, cuando se le pasó el efecto de la anestesia y comenzó a llorar, se puso nostálgico porque quería regresar a la casa y realizar sus actividades. Pero cuando llegaba el profesor, Matías se entretenía, ya tenía otras cosas con qué jugar mientras practicaba su lectura, ya se sentía mejor.
Los felicito y también felicito al profesor más amable y risueño que he conocido en mi vida, Nelson, y a la otra profesora era buena onda, muy amable con los niños. Así deberían ser todos los profesores en las instituciones educativas, públicas y privadas. Las clases lo ayudaron de una manera muy positiva. Es importante que los maestros tengan paciencia. La actitud del profesor influye bastante en el aprendizaje. (O)
Astrid Zurita Vergara