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El Telégrafo

Derechos en la mira

30 de mayo de 2011

Guayaquil es la ciudad más grande del país, es el principal puerto de Ecuador y la capital económica de su nación.

Todas estas características la han convertido en una metrópoli y un elemento distintivo de estas urbes es su agitada vida nocturna.

Dicen que las grandes ciudades nunca duermen, siempre hay vida en sus calles, no solo de los noctámbulos sino de negocios que por su condición nunca cierran. Así son las capitales, las grandes ciudades reitero una vez más.

Guayaquil, 28 de julio de 2011
Señor Director Lic. Edwin Ulloa
Director de El Telégrafo.-

Es bueno que Guayaquil se haya convertido en una urbe de este tipo, es muestra de su desarrollo, de su apertura, de la integración de nuevas culturas, es muestra de modernidad. Ahora bien, la pujante vida nocturna del puerto principal tiene un grave problema: las regulaciones absurdas.

Me pregunto yo: ¿por qué debe haber horario de cierre para las discotecas y para los centros de diversión? Y si es necesario que haya una restricción, ¿por qué a las dos?, ¿por qué no a la una, a las tres o las cuatro?, ¿por que una autoridad decide cuándo ya es hora de ir a dormir?, ¿esa no es una decisión de cada individuo?

Esta restricción me lleva irremediablemente a otra pregunta: ¿En los bares y discotecas están los delincuentes? Es cierto que en la discotecas venden alcohol, y muchos de los accidentes de tránsito y agresiones domésticas son causadas por alcohólicos, pero entonces, ¿todos los que van a los centros de diversión nocturna son borrachos contumaces y por ende potenciales asesinos?

Y del otro lado de la orilla están los empresarios. ¿Vender alcohol es un negocio inmoral o ilegítimo?, ¿por qué expenderlo hasta las 02:00 es sano, pero pasada esa hora ya es negativo?, ¿hay un estudio bio-psico-social del comportamiento de los ecuatorianos o de los guayaquileños? Y me pregunto eso porque, ¿acaso luego de las dos de la madrugada los ciudadanos nos convertimos en seres humanos descontralados, incapaces de diferenciar el bien y el mal y necesitamos a la policía para que nos los recuerde?

Un último punto. He sido testigo de cómo a las dos de la mañana llega la policía a cerrar discotecas, pero he visto otras que quedan abiertas. ¿Por qué?, ¿las unas son malas y las otras buenas?, ¿o es que hay privilegios?

Creo que es válido reflexionar sobre estas interrogantes. No estoy en contra de la regulación, ni del control, ni estoy a favor del libertinaje. Pero si tiendo, como todos los seres humanos, a cuestionar toda imposición y también a solicitar razones por las que, al fin y al cabo un policía restringe mi libertad, la de divertirme hasta la hora que yo considere conveniente.

Atte,

Walter Valverde

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