A pocos días y escasas horas, los ciudadanos deben haber tomado sus decisiones. Por cierto que los candidatos se dedicaron casi al unísono a no solo criticar, sino a atacar al candidato oficialista; pudiendo decirse, casi parecido como los tres mosqueteros: “Todos (7) contra uno y uno contra todos”. Propuestas inimaginables, como la pena de muerte, un aparente candidato religioso emulando a su padre, que en lugar de hablar de paz, proclama odios y ridículos bailes en las calles; otro candidato ofreciendo quimeras de un millón de empleos, otra dama ofreciendo una autopista de seis carriles entre Guayaquil y Quito, incluido exoneración del pago de energía eléctrica; y todos los candidatos por eliminar los exámenes de ingreso a las universidades. La lista de ofrecimientos y promesas sería interminable, pues cada candidato diariamente en su recorrido en sus no tan improvisadas peroratas lanza una mezcla de diatribas y ofertas, cuando lo lógico es que debieron repartir su programa impreso de gobierno y presentar a su equipo de trabajo, pero no es así. Eso sí, todos se han presentado como adalides de la brillante honradez y enemigos de la corrupción, además de salvadores de un país ‘quebrado’.
Pero aparte de la egolatría en la mayoría de los candidatos, lo que se nota, se siente, es la ambición del poder político, no para servir a la ciudadanía, pues se ha mencionado incluso de convocar a asamblea constituyente para cambiar toda la institucionalidad, derogar muchas leyes; y en mi particular modo de vislumbrar las intenciones de la derecha política, sería privatizar los servicios públicos y entrar en una vorágine de cobrar por todos los servicios públicos con el pretexto de mejorarlos, incluso institucionalizar el trabajo por horas y la tercerización, y por allí estaría la demagógica oferta del millón de empleos (?). Las preguntas serían muchas, pero al menos debemos reflexionar primero, para discernir ante tanta demagogia política, audacia, falsos liderzuelos y caprichosos que quieren imponerse con soberbia y vanidad. Si faltó el verdadero debate, solo nos queda la reflexión para elegir bien a nuestros futuros gobernantes. (O)
Fernando Coello Navarro