Un factor preponderante de desarrollo en una sociedad es indiscutiblemente la cultura, representada por las tradiciones, el arte, el pensamiento y educación de su gente. Por tanto, su tratamiento debería significar una prioridad en un régimen de gobierno, con el fin de mantener y conservar rasgos propios que configuran una identidad y que lastimosamente debido a varios factores, entre ellos la globalización y las comunicaciones, amenazan con perderse. Y en otros casos para mejorar aspectos negativos, que a simple vista, careciendo de importancia, su suma en el tiempo ha provocado nefastos resultados.
La cultura ecuatoriana es de una riqueza sin igual, con una mezcla de etnias asentadas en diversas regiones, cada una de ellas con especificidades diferentes y algunas aun con conocimientos ancestrales que han traspasado la barrera del tiempo. Pero también con aspectos negativos, como esa mal llamada “viveza criolla”, motivo de tantos elogios para quienes osan practicarla, pues en nuestro medio el honrado es tildado de tonto y el sinvergüenza que usufructúa del trabajo ajeno es admirado por su perspicacia y sutileza.
La hora ecuatoriana, un irrespeto al tiempo ajeno. La falta de planificación a cambio de la improvisación -todo se puede hacer mañana a costa de la comodidad del día de hoy-. La expansividad y emotividad en exceso, tan típicas de la cultura latina y que muchas veces desencadenan en la “irracionalización” del individuo, pues la vida en sociedad exige al hombre un autodominio para que la libertad no degenere en incoherencia salvaje.
Bastante negativo es también ese complejo de inferioridad arraigado en el subconsciente popular latinoamericano y que parecería ser resultado del sangriento proceso colonizador del que fuimos víctimas, dejando huellas imborrables y una inexplicable vergüenza por nuestras raíces indígenas, las que en más de una ocasión han sido razón de múltiples estudios por sus únicas particularidades.
Tito Javier Espinosa Vélez