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El Telégrafo

Comercialización del GLP

25 de septiembre de 2015

Es bien conocido que el subsidio al GLP, gas que utilizamos para activar las estufas, es uno de los mayores rubros de egresos que afectan al presupuesto nacional y a la  economía estatal. El valor establecido como precio para los consumidores en el país es de un bajísimo porcentaje del costo real, lo que para el Estado significa poner a disposición del público el GLP, es decir un precio subsidiado que se mantiene con gran sacrificio fiscal y que no siempre se le da el uso adecuado.

Una de las actividades que más inconformidad provoca y hasta causa indignación es el precio que se cancela por la entrega del combustible en los domicilios. No conozco si las autoridades están conscientes de la situación. Sucede que el valor que se paga por el  gas es de 3,75 dólares, es decir 2,15 dólares más valor que resulta ser superior al precio subsidiado del producto, que es 1,60 dólares, o sea el ciudadano paga 234,38%. ¡Es un absurdo que el transporte de los tanques de gas en la ciudad cueste más que el producto. Esta debe ser la razón por la que ya no existen locales donde se expenden tanques de gas, pues han proliferado camionetas y camiones pequeños que recorren los barrios de la ciudad con su estridente bocina. También quiere decir que una parte sustancial del subsidio va a parar a los bolsillos de estos novísimos empresarios.

Uno de los aspectos más tristes de esta singular actividad económica es que se corre el comentario que el Gobierno va a subir el precio del gas antes de los plazos establecidos y que ellos lo único que hacen es adelantarse. ¿Qué tal?

Es verdad que la ciudadanía paga con resignación y casi sin protestar las tarifas que sin regulación alguna los transportistas de tanques de gas han establecido, quizá, entre otras causas, por no existir los locales de expendio, por ser un producto de necesidad imperiosa y, sobre todo, porque, aparentemente, no le afecta considerablemente a su bolsillo dado su poder de compra recientemente adquirido. Sin embargo, es hora de que se establezcan regulaciones que pongan en orden a este novísimo método de esquilmar al pueblo.

No puedo dejar de considerar los períodos de escasez ficticia de combustible que de tanto en tanto se generan. Estoy convencido de que la mayoría de esas circunstancias es provocada con interés preestablecido y que como resultado los bolsillos de unos cuantos se llenan de dinero. Es un alivio que exista una alternativa válida y de interés nacional: las cocinas de inducción. No queda más que ir, todos, por ellas.

Kléver Medina Alvarado

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