Gracias a la determinación de mis progenitores, tengo el privilegio de ser bachiller vicentino. En el centenario colegio guayaquileño me tocó ser discípulo de verdaderos créditos de la enseñanza. Realmente la mayoría de quienes fueron mis compañeros son ahora valiosos ciudadanos en las diferentes ramas de las ciencias en general; este resultado es la demostración de que en esas aulas se forjaron con alto sentido de responsabilidad “hombres del mañana”. En lo que a nosotros nos atañe, es producto de la promoción de 1967. De la misma manera, tengo entendido que en otros emblemáticos planteles educacionales femeninos se forjaron en esa época prestantes damas, muy valiosas en la hora actual en el Ecuador.
En esa época en que nos tocó ser estudiantes secundarios, teníamos formación educativa y principios morales bien determinados, que mucho distan de los que se mantienen en la actualidad, ante una sociedad donde la desigualdad social ha tomado límites alarmantes, donde la corrupción y la delincuencia es plato del día, cuando niñas menores de 13 años ya son madres, donde el asesinato y la violación alarman sin piedad, todo a consecuencia del sistema neoliberal que asfixia y que gracias a las realidad histórica está llegando, a nivel de nuestra América, a su final. No obstante en esos años diferentes, los colegios fiscales no eran mixtos.
Ante esta premisa, debo manifestar mi desacuerdo de que aquellos planteles se hayan convertido en tal cosa. Creo con certeza que no estamos en capacidad en formación moral para que se haya tomado esa decisión. Todavía se debe seguir con la modalidad anterior, más aún ahora cuando recién se quiere implantar en el Ecuador un nuevo sistema político. Es decir, que primero debemos empezar con las escuelas, es decir con los niños y niñas, para cumplir con un proceso estimativo, que vaya moldeando gradualmente la convivencia entre hombres y mujeres en las aulas estudiantiles.
No quiero ni pretendo ser “pitonisa” u “oráculo”, pero si este sistema de educación mixta no se lo desarrolla desde las raíces, es decir progresivamente, iniciándose desde la educación primaria, mucho tendremos que lamentar en el campo moral ante esta improvisación nada dialéctica. La verdad, aunque duela.
Arturo Santos Ditto
0903387132