Nuestro idioma nos deleita con hermosas palabras, palabras que permiten engalanar sentimientos, emociones, hechos y situaciones. No hay nada más hermoso que un poema romántico adornado de hermosas metáforas o de un seductor libro cuya trama nos apasione. También lo es una conversación amena con un elocuente interlocutor, y para lograr todo esto, necesitamos del lenguaje, pero hay ciertas palabras que, aunque posean eufemismos o sinónimos menos lacerantes, hieren la sensibilidad de algunas personas. Entre esas, yo.
Conversaba con una amiga psicóloga que está aprendiendo el lenguaje de señas, y en ese coloquio, ella pronunciaba recurrentemente la palabra sordo, lo que generaba en mí cierta percepción peyorativa con esa palabra a dichas personas. Indagando sobre el tema, descubrí que ese término, así como ciego y mudo, son realmente aceptados, y quizás yo ya lo sabía, tan solo me resistía a aceptarlo.
También me enteré que ellos, en algunos casos, quieren ser reconocidos con esos términos directos y sencillos. Aun así, creo que mi idioma, el español, puede redimirse ante el mundo, la ciencia y el destino, con definiciones más acertadas y humanas. Me asalta una inquietud… ¿no es hora ya de encontrar, en Ecuador, y fuera de él, palabras más sutiles para estas personas con habilidades distintas?
Creo que debemos aceptar que una palabra puede ser una saeta perniciosa si es lanzada sin el cuidado respectivo. Por ello creo que tanto la RAE como los organismos internacionales (OMS) que norman los vocablos o expresiones con los que debemos dirigirnos a las personas con habilidades especiales deben ya sentar claramente la terminología y semántica adecuadas. ¿Quiénes son (somos) realmente los ciegos, sordos y mudos? (O)
Lcdo. Paúl Alberto Pinos Ullauri