Cuando éramos un pueblo pequeño, las celebraciones de año nuevo no eran mayor problema. Ahora, con 3 millones de habitantes, Quito y Guayaquil se convierten en fiestas peligrosas.
Entre otras cosas, todos esperamos que el nuevo año sea de un medio ambiente sano, vida en armonía, cuidados de la vida silvestre y mascotas; sin embargo nuestra conducta tradicional choca con estas premisas: la quema de años viejos, la detonación de explosivos de todo tipo y la ingesta excesiva de alcohol nos convierte en una comunidad indolente y vulnerable, que deja ciudades sucias y contaminadas, mascotas atemorizadas y un “chuchaqui” físico y mental que durará todo enero.
Es hora de que cambiemos nuestros hábitos mediante una campaña educativa certera y que las autoridades, por otro lado, ejerzan un control directo y enérgico al respecto. (O)
Ney Dolberg