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El Telégrafo

Cartas al Director

18 de diciembre de 2015

El camino a casa

Salgo de la oficina con el fin de refugiarme en las calles de Guayaquil para distraerme, para respirar aire puro, salir del estrés de un día de trabajo ocupado y atareado, pero mis anhelos se accidentan con la cruel realidad.

Para empezar, camino por la avenida Nueve de Octubre, desde la calle Tungurahua hasta la José Mascote; para tomar el bus que me lleva a mi casa, me subo y empieza la odisea. Al poco tiempo me doy cuenta de que otro bus de la misma línea nos ha rebasado, este estaba detrás de nosotros buscando la oportunidad de ser el primero y empieza la carrera; las estrechas calles del centro de Guayaquil se convierten en autopistas de carrera, a los choferes no les importan las señales de tránsito ni menos la vida humana, sus mentes están concentradas en ser los primeros mientras se disputan el primer lugar, la música a alto volumen es su mejor mantra y yo me pongo a rezar para llegar sana y salva a mi casa.

En el trayecto se suben (como pueden) ancianos, mujeres, hombres, niños e incluso madres con sus hijos en brazos, que si tienen suerte otra mujer considerada le cederá su puesto; y si es una tarde propicia para los milagros, un hombre consciente se levantará. El bus va lleno, hay personas que viajan en la puerta; sin embargo, por la necedad y ambición de los conductores, las personas se siguen subiendo a sabiendas de que ya no hay espacio para ellas.

Los que mejores se suben a la carrera son los vendedores de caramelos, la experiencia callejera los ha dotado de acrobacias para subir y bajar de los buses cuando están en marcha. Por lo general, los vendedores se convierten en limosneros, cada uno con un drama diferente, pero la esencia es la misma: “no hay trabajo”, “tengo hijos que mantener”, “hago esto porque quiero salir adelante”, “apoya al caído”, “hoy por ti, mañana por mí”; algunos más ingeniosos recitan su vida entera a cambio de unas pocas monedas.

Nunca faltan los pasajeros que se suben con sus teléfonos móviles escuchando reggaetón en volumen alto. ¿Acaso estas personas no conocen los audífonos? Y el señor que vende discos, con su equipo y parlante que se pone justamente a lado tuyo para completar el día, todo esto a pesar de la música estridente del conductor.

El paisaje variable e inconsistente se une al concierto ruidoso y estresante del bus, los lugares atractivos de la regeneración urbana (que a decir la verdad en mi trayecto son pocos) contrasta con las esquinas llenas de basura, casas mal pintadas y los rostros enojados.

Cuando un chofer trata con respeto a un pasajero es una broma para el pasajero encasillado en un perfil; una vez un conductor llamó a sus pasajeros ‘clientes’ y una persona se burló, su mentalidad amoldada no le hizo pensar que también es un cliente. Y cuando un cliente demanda respeto, el conductor hace fluir sus palabras soeces con facilidad; el maltrato es tan común que ya ni nos asombramos.

Esta es la odisea que se repite cada vez que salgo de mi trabajo para mi casa, son apenas 30 minutos de recorrido, que generan más estrés que una jornada de trabajo de 8 horas.

Atentamente

Wendy Zambrano León

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