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El Telégrafo

Cartas al Director

07 de febrero de 2013

Buenos días señores/as de El Telégrafo, me llamo Iván Vintimilla, soy ecuatoriano y vivo en Suiza desde hace 3 años, les envío una copia de algo que escribí con respecto a mis recuerdos del tren.

No espero que sea publicado, porque no tengo vocación de escritor y tal vez la redacción no es la mejor, aunque me alegraría mucho que lo tomaran en cuenta.

Gracias por leer esto.

EL TREN ROJO A VAPOR

Huigra es la tierra donde mis abuelos hicieron su vida y, por puro efecto dominó, donde yo, en esporádicas visitas en las vacaciones de mi niñez, aprendí más de una cosa.

Recuerdo haber aprendido a hacer bailar trompos bajo la tutela de mi abuela, la “Siaten”, y la compañía de mis primos, inclusive llegué a tener un trompo de guayacán, y aunque de maderas no sabía nada, sí supe enseguida que un trompo de guayacán es casi indestructible.

También viene a mi cabeza esa hora obligatoria de lectura después del almuerzo, que mi abuela a rajatabla me la hacía cumplir casi con la misma devoción con la que rezábamos cada noche antes de dormir. O las visitas a la piscina donde nos lanzábamos desde el techo de los vestidores; los más audaces lo hacían de “coco”, con la cabeza por delante y siempre con ese aire triunfal de sentirse valientes; mientras que los más prudentes se conformaban con el estilo “estaca” saltando de los mismos lugares, rígidos pero siempre con la precaución de ir con los pies por delante para entrar al agua; lo que ahora, pensándolo bien, ahorró más de un golpe indeseado.

Esos y más son mis recuerdos de Huigra; pero ahora lejos, a miles de kilómetros de ese lugar, el que más felicidad me da es el del tren. No logro encontrar los detalles ni tampoco saber si lo idealizo, pero una mañana, parado en la parte de atrás de la casa de mis abuelos, escuché el silbato del tren, salí corriendo a la orilla del río y de pronto apareció; rojo, botando vapor y silbando, como si gimiera por el esfuerzo de llevar tantos vagones. Nos separaba el río, pues las líneas del tren cruzan por el otro lado del pueblo.

Creo que pocas cosas pueden ser más impresionantes para un niño que ver un tren rojo a vapor pasar cerca de él. Lo recuerdo muy vivo y fuerte, lo miré por unos segundos y desapareció con su sonido siguiéndole los pasos.

Mi recuerdo del tren rojo y grande llega hasta ahí, no se qué hice antes o después, solo espero -por la salud de entonces de mi abuela (que en paz descanse)- que no haya hecho yo alguna travesura,  que nunca fueron pocas.

Mi felicidad en ese momento regresa a mi vida en forma de recuerdo, porque aunque no abundan los trenes rojos a vapor, ahora están pasando de nuevo por el mismo lugar donde yo lo vi, y espero que en algunos años alguien más pueda sonreír por un segundo al recordar que un día lo vieron pasar.

Gracias por traer a la realidad ese tren rojo que pensé se había quedado solo en mis recuerdos.

Iván Vintimilla

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