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El Telégrafo

Cartas al Director

23 de agosto de 2012

Estimado señor Director:

Aquí, en confianza, al retornar a mi oficina luego de pocos días de haberme ausentado, recibí entre mi correspondencia un sobre con una carta de mi banco. Una carta en un inmaculado papel, membrete y pie de firma en negro.

Asumo que es un modelo de carta usado por todos los gerentes de agencia, se nota a leguas. ¿El contenido de la carta? El banco del que fui cliente de 21 años sobre la  base del Reglamento General a Ley de Cheques me da por terminada unilateralmente mi cuenta corriente. Fin del drama.

Como es propio de personas faltas de hombría -en este caso, al tratarse de una institución financiera, diría falta de ética- se escudan en un formato de carta sin dar la mínima explicación.

En mi caso, particularmente, me considero un excelente cliente, no necesito ser modesto. Jamás di de qué hablar con cheques protestados, jamás engañé al banco mintiendo que me robaron cheques para que se me los anule con tal de no pagar multas por falta de fondos, jamás he dejado de pagar un centavo por eventuales y normales sobregiros (el negocio del banco es prestar dinero, ¿o no?), jamás he depositado dinero mal habido, etc., etc.

La cancelación obedece a una retaliación por un reclamo presentado por mí a la Superintendencia de Bancos por una pésima atención recibida por mi banco en el mes de abril de este año. Fue cuando mi hija menor intentó realizar un retiro de dinero para sustentar sus gastos de estudios en el exterior y el cajero automático no le entregó, pero eso sí, el banco le debitó de su cuenta. Como ella ya no disponía de más dinero para ir a otro cajero para intentar retirar me afané en hacerle una transferencia en ese instante por Internet.

El banco me debitó 6 veces la comisión por los intentos de transacción, pero no pude acreditarle a mi hija ni un centavo. El banco tenía problemas hacía semanas con su sistema. La novela se hace larga porque coincidentemente no disponía de chequera para retirar dinero de ventanilla y depositarle a mi hija y me tuvieron visitando tres agencias para que se me entregaran chequera nueva en posteriores días. Este vía crucis fue ya el que colmó mi paciencia, sumados a otros de episodios anteriores.

Como el banco se jacta de captar cientos de miles de clientes, la atención a los requerimientos es igual de millones de horas perdidas en enormes e improductivas colas. Al pedir la devolución del dinero no entregado por el cajero a mi hija, la eficiente ejecutiva mencionó que demoraría varias semanas (fueron varias visitas a la agencia). Y en efecto, así fue. Mi hija en apuros y el banco, bien, gracias, con el dinero. Si hubiese sido al revés me habrían cobrado intereses, gestión de cobranza, mora. El banco no me reconoció ni medio y la devolución de las comisiones por transferencias no efectuadas demoró más; lo hicieron por mi queja al organismo de control.

La verdad es que desde años atrás quería cerrar mi cuenta, no la usaba, los estados de cuenta lo comprueban, evitaba al máximo cualquier gestión en ese banco por el tiempo perdido que obligan a sus clientes; me dijeron que no era posible porque mantengo un crédito hipotecario allí. De haber sabido que al enviar una queja a la Superintendencia de Bancos me la cerrarían, lo hubiera hecho años antes. Justificaciones tenía.

El banco pierde un buen cliente, yo me libro de un mal banco. Malo porque obliga a centenas de miles de clientes a nivel nacional a perder inmisericordemente valioso tiempo en largas e interminables colas, porque su capacidad de atención al público ha sido desbordada por la cantidad de clientes y no hay organismo de control que exija correctivos del caso.

Mauricio Narváez  Álvarez
Quito

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