Comienzo esta carta consciente de que el destinatario tal vez no sea el correcto. Y es que ustedes nada tienen que ver con lo que me motiva a escribirla; sin embargo, creo que no caerá en saco roto si se las hago llegar.
Todos sabemos el protagónico papel que ha tomado el Ecuador en muchas de las últimas ferias del libro a nivel latinoamericano. Lo hecho en Bogotá, en Lima, en Santiago y ahora reeditado en Santo Domingo, son capítulos inolvidables en la consolidación del imaginario cultural de país que el Ecuador pedía a gritos. Una vez es casualidad, dos veces es coincidencia, pero tres o cuatro veces hacen ilusionarse con una política de Estado empeñada en convertir al país en un referente cultural a nivel internacional. “Ecuador es un país irreal limitado por sí mismo” escribió lleno de razón Jorge Enrique Adoum, ya que el problema de no haber sido reconocidos culturalmente puertas afuera tiene su origen en un sistemático desconocimiento de lo nuestro que nos impedía salir al mundo a contar quiénes éramos. El pequeño país vuelto potencia cultural con el que soñaba Benjamín Carrión –y creería que la mayoría de ecuatorianos– se construye con políticas como las que lograron que el Ecuador sea el invitado de honor de las ferias ya mencionadas.
Así es que les escribo tras visitar el stand del Ecuador en la Feria del Libro de Buenos Aires y llevarme la misma impresión negativa que el año anterior. La representación ecuatoriana en esta feria, que es de las más grandes del mundo hispanohablante, no le hace justicia a la magnitud del evento. Pruebas sobran de que nuestro país es capaz de sobresalir en un encuentro cultural internacional, y si bien el papel del Ecuador en esta feria no era el de invitado de honor, me parece que pudimos haber estado un poquito más a la altura. No critico la disposición del stand, que dentro del área dedicada a los países era de los más llamativos. Era pequeño pero efectivo, que es justo lo contrario de lo que se puede decir de los libros que se encontraban en las estanterías. Y quiero aclarar, antes que nada, que no es que se haya traído “malos libros” de “malos escritores”, pero sí que había libros que a muy pocos interesarían fuera del Ecuador y que de poco servirían para mostrar la producción literaria nacional.
Me pregunto por los parámetros para la selección de textos, ya que muchos de los títulos elegidos carecen de interés fuera de nuestras fronteras. Sin desmerecer a los autores de los distintos escritos, el traer libros de jurisprudencia, o de estudios sociológicos locales me parece un desperdicio. El incluir dentro del stand nacional publicaciones económicas de clásicos de la literatura y la filosofía griegas, por más intenciones loables de difusión que estas publicaciones tengan en nuestro país, es otro desperdicio. A la Argentina le sobran mejores y más económicas ediciones de estos textos, basadas en traducciones confiables y no precisamente bajadas de Wikipedia. Más allá de una interesante colección de poesía y una que otra biografía, de editoriales tanto públicas como privadas, la selección de títulos no revelaba el menor método. Lejos de dar una perspectiva de la literatura ecuatoriana nuestro stand parecía más enfocado en mostrar la habilidad –o no– de la imprenta nacional.
Paradójicamente era en el stand de Venezuela donde se encontraban los títulos más canónicos de la literatura ecuatoriana, aquellos que podríamos considerar clásicos y que deberían ser la base de toda representación literaria del país en el extranjero. Jorge Enrique Adoum, Pablo Palacio, César Dávila Andrade, Pedro Jorge Vera, Adalberto Ortiz, Humberto Vinueza y demás nombres aparecían en el stand de nuestro hermano país, pero apenas aparecían al otro lado del pasillo, en nuestro stand. ¿Dónde estaban las excelentes colecciones de la Casa de la Cultura, Memoria de Vida o Poesía Junta? ¿Dónde las publicaciones que el Municipio de Quito hace a través del Instituto Metropolitano de Patrimonio? ¿Dónde los libros de la campaña de lectura Eugenio Espejo? Se extrañaron también las ediciones que el Ministerio de Cultura hiciera con el diario El Telégrafo por el bicentenario del movimiento independentista; no solo porque eran una selección de la mejor literatura nacional, si no porque eran ediciones accesibles y bien logradas que le darían a esta y a todas las ferias el carácter de verdaderas ferias del libro, entendiendo el libro como vehículo de cultura masivo y popular, y no meras ferias de libros en las que el protagonismo lo asumen las editoriales en desmedro de la literatura.
Como ya les dije, les escribo esto sabiendo que no les corresponde, aunque tal vez sí les interese. Para los convencidos de la riqueza cultural del Ecuador no puede pasar desapercibida la suerte del país en un encuentro internacional. Los considero a ustedes una voz, y por eso les hago llegar mi mensaje en busca de algún eco que llegue a los responsables de este desliz. Si el Ecuador dice presente, nuestra América crece. Digamos presente con todo lo mejor de nosotros: nuestro arte, nuestro pensamiento, nuestro verbo.
Muchos saludos
Luis Salas