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El Telégrafo

¡Caracoles! y otras malas palabras

30 de julio de 2013

Las calamidades del país las sentimos en el alma, pero cuando se vuelven personales, las sentimos en las venas.  Frente a una calamidad nunca, antes de 2009, quise levantar el puño y exclamar ¡Caracoles!  

En 2007 llegaron al cantón Puerto López los caracoles africanos (Achatina fulica  por su nombre científico) a manos de impulsadores de materia prima para la industria cosmética. Un año más tarde, al no ser viable la crianza y venta de caracoles, muchos reproductores fueron liberados.  

Este año ha iniciado temprano la garúa y en el campo nos preparamos para la siembra de cultivos de ciclo corto. Mi huerto es pequeño, su producción para el consumo doméstico proporciona un importante complemento para la alimentación y la salud familiar. Escribo para compartir mi preocupación ante la plaga de caracoles que estamos sufriendo. 

La labor física de recoger e incinerar caracoles consume mayor tiempo que el que tengo para labores de cultivo. En lo que va del año ya he aplicado molusquicida tres veces, pero reconozco que es en vano, el efecto dura un par de semanas y reaparecen en mayor número. Ayer, en cuatro horas he recogido dos baldes de 5 galones de ¡@#caracoles!  Hoy los encontré en la base de los pencos.  

En 2013, voceros de Agrocalidad ya recomiendan la fumigación del agro con metaldehído al 5%, un químico que tiene un efecto sobre el sistema nervioso de la plaga a razón de 3 kilos/ha. Según Agrocalidad, esta dosis no afectaría al medio ambiente ni a los humanos. ¿Cuánto “Mollux” se ha vendido? ¿Cuánto se ha aspergeado?   

Lamentablemente, no todos tienen acceso al químico, y no todos lo hacen al mismo tiempo, que es lo que se requeriría para un verdadero control.

Ecuador no sufre solo, países en casi todos los continentes enfrentan la amenaza de Achatina fulica. En Sudamérica, Colombia, Venezuela, Brasil, Uruguay y Argentina han sufrido la introducción intencional del molusco. Quienes lo introducen no son criminales sino ignorantes, gente afanosa que lo trae con las mejores intenciones. Pero la ignorancia no es disculpa en asuntos de seguridad alimentaria, por no mencionar la amenaza a la biodiversidad y a nuestras áreas protegidas. No se puede dejar una plaga así a la buena voluntad, tiempo/fuerzas disponibles y a los escasos bolsillos de la gente común, pues es absurdo.
 
Blga. Mónica Fabara Cuadros

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