Una lucha antagónica, y de mucha efervescencia, entre las élites intelectuales de cada una de estas tendencias. Evaluando la historia contemporánea el socialismo ortodoxo y radical, como doctrina, hasta cierto punto utópica, por las connotaciones sociales que de ella se derivan, no fue una solución a la problemática socioeconómica de los países en que se intentó implementar, seguramente por la resistencia que generó, al desconocer derechos propios de la individualidad humana y que obedecen a su naturaleza -libertad para emprender, competir y hasta para capitalizar-. No olvidemos que el hombre primitivo fue un colector por excelencia, que perfeccionó instrumentos y medios que le permitieron subsistir, llegando a poseer una propiedad personal que con el correr del tiempo se constituyó en los primeros andamiajes de los medios de producción.

Al capitalismo le debemos el inmenso bagaje tecnológico del que hoy en día somos beneficiarios: comunicaciones, tecnología, etc., pero también una gran brecha social y polarización de clases, así como el empoderamiento de una élite empresarial e industrial de dimensiones transnacionales, causante muchas veces de la contracción en las economías tercermundistas.

Por sobre cualquier teoría o doctrina, por sobre Marx, Engels o Adam Smith, lo que sin duda debe primar es el derecho del hombre a progresar en colectividad y con igualdad de oportunidades, bajo las directrices de un Estado central, regulador de las actividades productivas, llevadas a cabo por una empresa privada, respetuosa y garantista en extremo de los derechos de los trabajadores.

Tito Javier Espinosa Vélez