Sabemos que hay cegueras y cegueras, pero una muy negativa la recoge la sabiduría popular cuando advierte: “no hay peor ciego que el que no quiere ver “, adagio que puede aplicarse como anillo al dedo a quienes, porfiadamente, con una visión corta se resisten a aceptar el abrumador y contundente triunfo electoral de Rafael Correa Delgado y Alianza PAIS en las elecciones del 17 de febrero pasado.
Y mientras todavía huele el incienso del triunfo y el tufo de la derrota con aroma a sepultura de la partidocracia, hay unos pocos que, carentes de madurez psicológica y profesional, se resisten a asimilar la derrota en las urnas, y desde los medios de comunicación, siguen manteniendo su posición de encono, destilando veneno en los medios que tengan a su alcance y sembrando la confusión y la animadversión con la que se entretiene de buena gana al público en las redes sociales, en los periódicos, la radio y la televisión.
Más allá de este rencor, a los perdedores en la arena política e ideológica les hace falta humildad y hombría de bien, así como un recorrido por las páginas de la historia reciente para poder ver, con buen tino, que a lo mejor con esos desplantes enconados, están cimentando el rencor entre los ciudadanos, ya cansados de la vorágine de la discordia.
La petulancia que despliegan algunos ya conocidos articulistas de opinión cuando hacen comentarios que incitan al odio no es más que una debilidad, una inmadurez y una exhibición del miedo hacia sus rivales. Con su malquerencia y arrogancia creen equivocadamente que, atacando a los enemigos políticos, se pueden alcanzar los objetivos ideológicos y aún más, los caprichos que llevan marcados en cualquier foro donde se mueven hasta el extremo de confundir el sentido propio de la pluralidad que es sinónimo de oposición y discrepancia.
Bien se ha dicho, en más de una vez, que la humildad no implica caer bajo y en ese sentido el presidente Rafael Correa ha dado más de una lección para dar apertura al diálogo constructivo y comedido, sin que ello signifique renunciar a principios y convicciones sino, por el contrario, saber enfrentar al oponente, y sí es posible ubicarlo en su lugar, cuando se tiene la verdad y la razón de su lado.
Y esta lección debería ser asimilada, sobre todo, por la “izquierda infantil“ y los grupúsculos sectarios del MPD y de Pachakutik, que anclados en un socialismo dogmático respiran por la herida sin darse cuenta de que están próximos a desaparecer de los padrones electorales junto con otros vapuleados y vanidosos “líderes“ hoy resignados a la jubilación.
La vía democrática deja abierto el camino para radicalizar la revolución ciudadana y sus ejes temáticos, poner en marcha una democracia social y participativa sobre la base triangular de fuerza, poder y derecho que usado de manera perfecta garantizará la legitimidad del Estado, sin embargo, de voces en contrario que no dudan en calificar al gobierno de autoritario y se apresuran en su desesperación en decir ahora que Rafael Correa piensa en una posible nueva reelección.
Eugenio Lloret Orellana
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