¿Quién no ha escuchado sobre los duendes, esas criaturas mágicas de pequeña estatura y gran inteligencia que son adictas a sellar pactos, los cuales pagan con oro? Crecí escuchando cada noche la historia de uno que se enamoró de una sirena. Para los cubanos, los duendes tienen otro nombre: güijes.
Hoy, ya adulto, me encontré con una historia protagonizada por duendes, o güijes. Es la más reciente novela de la ecuatoriana María Alejandra Almeida: Aventura en Cueva-Oscura.
En ella se narran las aventuras de Toño Aldana, un niño que va a pasar sus vacaciones en la hacienda La Pastora, propiedad de su familia. Toño viaja en compañía de sus primos Adriana y Pepe, y de una amiga, Macarena. Al llegar a la hacienda, los padres de Toño le piden cuidar a su pequeña hermana adoptiva, Sofía, por quien Toño siente cierto recelo.
Transcurren seis días hasta que, una mañana, Toño espera a que Sofía se duerma y sale a todo galope sobre su caballo, en dirección hacia el bosque. En el camino conversa con un hombre de sombrero negro y ojos brillantes color violeta rojizo; ambos sellan un pacto: Toño renuncia a cuidar a su hermana, a cambio de que alguien más lo haga. El niño no sabe que el trato tramposo que selló con el rey de los duendes haría que su hermana desapareciera.
El resto de la obra se desenvuelve en el rescate de Sofía dentro de Cueva-Oscura, hogar de los duendes, donde el tiempo transcurre de manera diferente al nuestro, y en donde Toño y su prima Adriana deben hacer tratos engorrosos, sacrificios justos y confiar en su capacidad personal para rescatar del encierro a la pequeña.
La novela tiene disímiles enseñanzas que el lector atento irá descubriendo a lo largo de sus páginas. Como aperitivo les dejo una frase que me gustó mucho: “Los ojos humanos ven lo que quieren ver. Están bloqueados para la verdad, y eso pasa porque los seres humanos son cobardes”. (O)
Pablo Virgili Benítez