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El Telégrafo

Amor y heroísmo

07 de enero de 2012

Lo uno no puede haber sin lo otro, es decir, el acto heroico es fruto de un inmenso amor, porque lo que motiva a las acciones sublimes es el más puro y noble de los sentimientos que impulsa a un ser humano a entregarse íntegramente a favor de los demás, especialmente los más allegados, como es el caso del amor de una madre por sus hijos y viceversa. Son innumerables los casos de los padres y madres que dan la vida por sus hijos. Pero es poco común que un esposo entregue su vida por su esposa, especialmente en estos aciagos días, en que lo característico es el imperio de la violencia intrafamiliar, el estúpido machismo de los esposos o amantes, que no solo maltratan, golpean y hasta asesinan cobardemente a sus novias y cónyuges.

Pero la buena noticia, y poco común, es la de Sergio Sánchez Acosta, de 31 años de edad, que conducía su moto en compañía de su esposa, Priscila Gómez, de 25 años de edad; iban por el Puente de la Unidad Nacional, a la altura de La Puntilla. Se dirigía a su hogar después de recoger a su esposa del trabajo, cuando el irresponsable conductor de un auto, por el exceso de velocidad, los impactó en la parte posterior y, por el fuerte impacto, ella cayó al río Daule. Ante aquello, Sergio Sánchez, pese a estar herido con una fractura en una de sus manos, sin mediar cálculos ni temores, se lanzó al río desde el puente -que tiene una altura de unos 40 metros-, solo pensando en rescatar a su esposa, el amor de su vida, a su compañera, a la madre de sus dos hijos de 3 años y 8 meses; él solo pensaba en eso, lo movió el inmenso amor de esposo, el pensar que sus pequeños hijos no podían quedar sin madre.

A Sergio Sánchez no le importó que eran las cuatro y media de la madrugada, que estaba oscuro, que tenía una mano fracturada; tampoco pensó en el culpable irresponsable, que siempre vienen por atrás, siempre atropellando a los débiles, con cobardía y prepotencia, con indolencia, fugando, siguiendo raudo con la velocidad criminal. Sergio Sánchez, en el momento que se lanzó a las oscuras aguas para rescatar a su esposa, posiblemente no sabía que ya era un héroe. Totalmente diferente al hombre moderno, frío, insensible, egoísta, como el tristemente célebre personaje de Albert Camus en su obra “La caída”, en donde se describe al exitoso parisino que en la noche, luego de su trabajo, ve a una mujer parada en la baranda de un puente, en una escena desoladora. Él sigue su camino y después oye los gritos de socorro de la misma joven que se está ahogando.

Entonces empieza a cavilar que es una noche fría, que tendría que desvestirse, que eso demora; además, el agua está helada. Y como no hay nadie en esa fría y oscura noche, el indiferente parisino, preso de su cobardía, siguió su camino. La esperanza del cobarde es que después se presentará otra oportunidad igual. Lo aleccionador del novelista es que nos presenta la tragedia del hombre moderno, cubierto con el manto de convencionalismos, preso de quemeimportismo, lleno de vanidades y desinteresado por su papel y participación en la sociedad. Esa es la violencia pasiva que nos asfixia, en la que el individuo vive su desdibujada ciudadanía en la jungla de cemento que transforma al ser humano en hombre-masa sin valores.

De allí que Sergio Sánchez es el héroe anónimo que debe ser ejemplo, especialmente para los niños en las escuelas. Debe motivarse a los profesores para ponerlo como ejemplo del padre que lucha sin importar los riesgos, incluso a costa de su vida.

¿Habrá algún organismo gubernamental o municipal que reconozca ese heroísmo?

Fernando Coello Navarro
[email protected]
Guayaquil-Ecuador

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