Por fin después de 12 años, viviendo en esta realidad, y leyendo desperdigadamente casi la mayoría de los rotativos de mi país. Por fin veo algo diferente, le agradezco al fotorreportero que se haya preocupado por la imagen ética del “cadáver” de un can ante un automóvil.
Si mi mejor (nuestros) amigo Canis domesticus, por docenas mueren en las vías urbanas e intermunicipales, no importa el cursor geográfico Guayaquil-Quito, el resultado es igual: canicidio colectivo.
Hace dos años sucedió al mediodía frente a la casa en Quevedo, un carro oficial, iban riéndose los tripulantes tras aplastar a un bello cocker spaniel rojo. Un joven vecino llorando... Ellos, inmutables, lo seguirán haciendo...
Ahora son dos gatos en dos meses acaecidos también.
Pero si la escena del “aguillotinado” y sus ridículos victimarios vitrineándose en video por medios digitales, vergonzosamente son de nuestro Ejército. Equilibrando la situación, en USA, posguerra de Vietnam, los pastores alemanes de logia no fueron eliminados, pues algunos soldados inteligentes -incluso ante la amenaza de sanciones- se negaron, terminando estos en diferentes hogares estadounidenses. Es una pena estrellar nuestra retina y a cada rato.
Pero si ni siquiera nos aceptamos como conciudadanos: en la calle mueren como viles “ratas” los birruedistas, ya sean motos samuráis o bicicletas endebles e invisibles ante estos “chóferes” profesionales del volante.
Un can, un gato, no importan, son “mascotas”, desconocerlas, despreciarlas, es acabar al mejor amigo del hombre. Es un canicidio, amiguicidio, mascoticidio, como se lo quiera nominar, es como ser un Caín con nuestro hermano perro, lo diría San Francisco de Asís llorando.
La cultura de una nación se manifiesta en la estimación y respeto a los animales. ¿Será posible cambiar?
Óscar Omar Olvera Torres
C.C. 0907323908
Médico veterinario