Soy una adolescente de 14 años y tengo diabetes. Casi pierdo la vida por la ignorancia de los médicos que no dieron con el diagnóstico inmediatamente, por eso quiero compartir mi caso, para que quienes la padezcan, sin saberlo, la detecten acudiendo a un especialista, pues corren un grave riesgo.

Yo tenía unos nacidos, me llevaron a un centro de salud y me inyectaron ampicilina. Al día siguiente no podía caminar ni hacer nada. Asustada, mi madre me llevó donde el pediatra que me atendía cuando era niña. Él nos preguntó si teníamos familiares con diabetes, luego me hizo la prueba de glucosa y resultó que tenía 369 mg (el rango saludable es de 80 a 120 mg). El doctor me mandó unas pastillas.

A la mañana siguiente, mi madre me dio papaya, uva y sandía de desayuno. Estas son frutas que los diabéticos no podemos comer por la cantidad de azúcar que contienen. Debido a su desconocimiento y al mío, estuve a punto de sufrir un coma diabético. Vomité, se me durmieron las manos, tenía dolores de cabeza, no podía respirar, tenía ganas de dormir mucho, comer, tomar mucha agua y de orinar a cada rato. Un doctor particular detectó 369 mg de glucosa en mi sangre y me derivó al hospital Los Ceibos del IESS.

Ahora como más sano y asisto al Club de Educación Continua de Diabetes del hospital Los Ceibos del IESS. Allí aprendí cómo aplicarme inyecciones, cómo tomarme el control de la glucosa, el ángulo correcto para poder inyectarme y a medirme el azúcar.

Gracias a este club, tanto las personas que padecemos diabetes como nuestra familia, aprendemos, con el conocimiento que nos trasmiten las especialistas, a despejar la ignorancia y a evitar muchos riesgos. (O)

Melanie Zambrano