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El Telégrafo

A propósito de la libertad de expresión: ¡Yo lo viví, a mí no me lo contaron!

17 de mayo de 2015

Resulta que más o menos por el 92 yo prestaba mis servicios a un canal cuyo nombre está directamente relacionado con el río mar que atraviesa nuestro continente. Ese medio de comunicación vivió una crisis financiera peor que la que azotaba a la sociedad, profundizada, entiendo yo, por un mal manejo administrativo, imagínese, la hija del dueño y su pareja ganaban, de lo que los ‘esclavos’ sabíamos, más que todo el personal de noticias junto. Así las cosas se dio un cambio de dueños de la estación; fueron tres en un día. El propietario de la frecuencia intentó negociar la señal, con edificio e indios incluidos, a un extranjero que ya en ese entonces poseía varias estaciones de radio y un canal de TV de cobertura nacional; solo le faltaba un periódico, que en la actualidad ya tiene.

Sin embargo, después de haber escuchado las palabras del nuevo administrador, conocimos, sin poder siquiera opinar, que un famoso banquero, haciendo uso de una garantía, entiendo, sacó al representante del magnate internacional de la comunicación y tomó posesión de ese medio de comunicación, como si hubiese sido un saco de papas o un camión. Bueno, pero eso fue lo menos importante.

Lo trascendental fue lo que vino después. De manera casi inmediata llegó al noticiero un individuo cuya prepotencia y arrogancia lo precedían y cuyo perfil no llenaba las expectativas, aunque hay que reconocer, tenía experiencia en el quehacer periodístico de esa época, es decir tras conseguir su ingreso a un medio televisivo importante fue ejerciendo sin el conocimiento teórico necesario y llegó a tener cierta trascendencia.

Resulta que este individuo llegó a dirigir el noticiero y, para no alargarles el cuento, dispuso que yo, justo yo, elaborara un reportaje “a favor de la privatización del IESS”. Lo dijo así, sin sonrojarse siquiera, con la tranquilidad del ignorante. Elaboré un reportaje en el que se incluyeron tres fuentes calificadas, es decir, exfuncionarios del IESS, asegurados al IESS y líderes de opinión analistas de la seguridad social, estos últimos eran los que estaban a favor de que la banca se haga cargo de los bienes del IESS y que manejen sus recursos, o sea, de la carne y que dejen al Estado la salud de los afiliados y las pensiones, es decir el hueso. No solo la ética sino la formación profesional hicieron que mi producto comunicacional saliera al aire así, incluyendo a esas fuentes, dos de las cuales explicaban y defendían la vigencia del IESS como una institución pública.

En el post mórtem, que es ese sabroso ejercicio en el cual todo el equipo del noticiero acababa con cada uno de los reportajes y las notas que salieron, señalando las fallas para en la reedición pulirlas, me dijo el mismo personaje con su acento austral inconfundible: “Ve hermano, bien la nota, pero para la noche sácale a los trabajadores del IESS y a los afiliados, deja solo a los analistas...”. Intenté argumentar que si hacía eso iba a salir una nota a favor de la privatización y me dijo que “esa era la política del medio”.

Como usted entenderá, ante la vigencia de la libertad de expresión, ante esa ética del medio, ante esa profesionalidad del jefe de información y sin posibilidades de aplicar la objeción de conciencia y como la cuerda se rompe siempre por la parte más delgada, salí de ese canal de TV sin liquidación, con una mano delante y otra detrás, pero no reedité la nota.

En 1995 se intentó a través de un referéndum privatizar el Seguro, y los banqueros y grupos de poder que se relamían por ese montón de plata se llevaron un palmo de narices cuando la ciudadanía les dijo nones, el Seguro Social no será privatizado, lo mismo que quieren ahora los mismos políticos y comunicadores. Yo viví esa experiencia, no me la contaron.

Fernando Salme (O)

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