Guayaquil, ciudad transparente y gallarda. Sin duda alguna, pionera de nuestras más respetables gestas de dignidad nacional. Ella es azul navegante en el mar de Balboa, que tiene el privilegio de adornarse del estuario más impresionante de América y una de los más señoriales del orbe. Es un puerto que alegremente y con amor recibe peregrinaje de lejanas alboradas.
Guayaquil respira en cada amanecer la tibieza y la ternura de todo nuestro Ecuador inmortal, porque alberga hondamente hospitalaria a gentes de todos los rincones de la patria amada. Esta ciudad tiene el embrujante atractivo de una hermosa damisela en medio de un camino de rosas blancas y mil vicisitudes, que alegremente sortea las mañanas. Yo la amo como buen hijo adoptivo porque no tuve la dicha de niño de arrullarme en sus faldas verdes y de amamantarme de ella, pues nací en la Bahía de los Caras, bello y paradisíaco cintillo de mar y sol del Manabí libérrimo.
Es la tierra cariñosa de Olmedo, Rocafuerte, Medardo Ángel Silva. La de Pepe y Julio Jaramillo, la de los romanceros de infinita ternura Abel Romeo Castillo, Alejandro Velasco Mejía y Martín Torres Rodríguez, quienes adelantados se fueron y ahora en el más allá riman juntos en las nubes de la añoranza, cantando sus poemas con los ángeles de todos los colores, siempre pensando en este Guayaquil de mis amores que necesita más amor. Viva Guayaquil, ciudad señorial, por siempre viva.
Arturo Santos Ditto
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