A casi un siglo del cobarde asesinato del Gral. Eloy Alfaro Delgado a manos de una turba que actuó como brazo ejecutor de un crimen incitado por varios de los grupos de poder de la época, hay varias lecciones que recoger para evitarnos lo que reza un viejo adagio que dice que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.
Durante este último siglo, mucho se ha hablado del rol protagónico de los conservadores y del clero para consumar la “Hoguera Bárbara”, y muy poco de otros actores que instigaron a la violencia con discursos, igual o más efectivos, que los pronunciados en el púlpito de las iglesias de aquellos días.
Como ecuatoriano joven que soy, me he quedado anonadado del alegato violento e intolerante de la prensa de la época para referirse al “Viejo Luchador”. El desprecio mostrado por este gran hombre, la tergiversación de la información para poner al pueblo en su contra y la manipulación de los hechos posteriores a este lamentable suceso hacen que, por lo menos, nos preguntemos cuánto peso tuvo el factor mediático ante lo acaecido el 28 de enero de 1912.
Y es que esta ha sido la estrategia del “cuarto poder” en las últimas décadas, atacar sin cuartel al gobernante de turno para luego -generalmente luego de su fallecimiento- resaltar algunas de sus virtudes, a veces con el fin de desprestigiar indirectamente a quien ostente el poder en esos momentos. En una de sus últimas arremetidas hicieron uso de esta artimaña resaltando la tolerancia de Jaime Roldós para con sus críticos, intentando hacer ver al actual Presidente como un déspota… ¡cuánta hipocresía! El ex presidente Roldós (al igual que Alfaro) recibió el peor de los tratos de esos mismos medios.
Sin duda alguna, dada la perversa incidencia de los medios de comunicación de la época, la “Hoguera Bárbara” fue la crónica de un linchamiento anunciado. Además, fue la apología de la influencia de los poderes fácticos instigando al pueblo a defender los intereses de una minoría en nombre de conceptos fácilmente manipulables, como la libertad de expresión; lo que tantas otras veces hemos visto en el Ecuador.
Lo mínimo que podemos requerir de ciertos medios que estuvieron directamente vinculados en este abominable crimen es que reconozcan su error y pidan disculpas. De otra manera, cualquier publicación ensalzando a tan magnífico ecuatoriano y manabita no será otra cosa que una burla que dura ya 100 años.
Bruno Bellettini Cedeño