Síntesis de Samborondón, ahora más mencionada como cabecera cantonal, para diferenciarla de la parroquia La Puntilla. La ganadería era proverbial de la zona, el arroz se sembraba tierra adentro en la parte baja de los cerros, que eran dependientes de una pequeña cadena que se enrumbaba aguas arriba hacia Babahoyo.
Desde las lanchas se divisaban las fumarolas de los hornos de quemar carbón, así como las pequeñas elevaciones que se decía eran tolas funerarias de los aborígenes. Las cómodas lanchas tenían hamacas, usadas por un pago sumado al valor del pasaje. En cubierta, en sendas mesas se jugaba naipes, dominó, damas, dados.
Llegando a Samborondón se desembarcaba en el muelle del centro, que tenía al frente el hotel Buenos Aires. Con la vaciante se atracaba en el muelle de la piladora de doña Anita Parra, lugar correntoso que los timoneles y pasajeros temían.
Entendemos que esa época quedó atrás, pero la tradición y el señorío persisten.
Vale preguntarnos: ¿En estos casi 60 años Samborondón ha progresado de acuerdo a la temporalidad e importancia, habida cuenta de que no existe ni una ligera equiparación con las urbanizaciones de su entorno territorial? Lugares que con derroche lucen elegancia, iluminación, pasos, puentes, calles, carreteras, fuentes, centros comerciales, dejando entrever un alto estatus social.
Reflexionando, nos preguntamos: ¿En qué o a quién benefició el poblamiento de La Puntilla? La respuesta es obvia: a la caja municipal. Y esta tiene que retribuir en mayor proporción la renta obtenida a la ciudad matriz, para embellecerla, dotarla de servicios básicos, incluir a sus moradores en planes de desarrollo sociales, laborales.
Lo realizado hasta hoy no basta y, por supuesto, publicar sobre su existencia, las vivencias de sus gentes y la historia de esa aún bella ciudad en el semanario de distribución gratuita que lleva el nombre del cantón. (O)
César Antonio Jijón Sánchez