Muestra de apoyo cierra gira de Christine Assange
En sus ojos refleja el dolor y angustia que la embargan. Christine Assange, madre del creador de WikiLeaks, oculta sus pequeñas ojeras con una delicada sombra rosada, que a primera vista pasa desapercibida. Lo mismo ocurre con el brillo de sus labios.
Siempre vestida de negro (blusa, mallas, zapatos de muñeca negros) esta ciudadana extranjera hizo un recorrido por el país que podría tener la boleta de salvación de Julian Assange.
Su viaje, dijo, tiene una sola misión: “Aportar con toda la información posible al Gobierno sobre los riesgos que corre la vida de Julian antes de que el Estado tome una decisión sobre la petición de asilo”.
El jueves, al final de la tarde, se reunió en el edificio del ex Senado de la Asamblea, en Quito, con un grupo de jóvenes y representantes de las organizaciones sociales. “Muchas gracias por recibirme en su casa”, expresó con una voz entrecortada, que a veces se confunde con susurro.
“¡Viva la libertad de expresión!” “¡Viva WikiLeaks!” “Asilo para Julian Assange!”, fue la respuesta que recibió por parte de los asistentes. En el lugar estaban representantes de colectivos como Diabluma, Fenocin, la Coordinadora Libertad para Julian Assange, así como unos 60 estudiantes de más de 20 países de la Escuela de Verano de la Cancillería, que llenaron las butacas del salón. Algunos llegaron con carteles de apoyo a Assange. Los más creativos tenían imágenes de Assange con una mordaza en la boca, dibujos que al final se entregaron a su madre.
Ante ese simbolismo, Christine se emocionó. Se llevó las manos a su pecho y las apretó muy fuerte, cobijada con los aplausos de los asistentes, que no pararon de gritar: “¡Apoyo a Julian Assange!”. La respuesta fue una tímida sonrisa, que dibujó en su rostro dos o tres veces durante toda la velada.
Cuando Christine habla de su hijo, ahora refugiado en la Embajada ecuatoriana de Londres, se llena de orgullo. “¿Ha recibido apoyo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) o la Unión Nacional de Periodistas (UNP)?”, preguntó uno de los asistentes.
Tomó un sorbo de agua y contestó: “Hay organizaciones que trabajan con EE.UU. y se sienten comprometidas, es todo lo que tengo que decir”.
“¡Vamos, señora, carajo!”, gritó un estudiante italiano, agitando su puño. La emoción ya era parte del salón para ese momento.
La Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador (FEUE), liderada por Carlos Torres, le entregó un cuaderno universitario “para que sea la bitácora de sus historias”. Los jóvenes se fundieron en un abrazo con la señora.
La pregunta “¿Se ha sentido amenazada?” la conmovió. “Sí, pero ya me he acostumbrado a eso”, respondió. Reconoció que estuvo asustada por tres semanas, pero salió “para enfrentarlos”.
Contó que su nieto recibió amenazas de u ex soldado de EE.UU. y que su foto, así como imágenes del lugar en donde trabaja, su casa y familia salieron -por más de una ocasión- en los medios de comunicación, los que “pasaban mentiras sobre mí y mi familia”.
“A los medios privados les digo que digan la verdad o terminarán siendo irrelevantes”, aconsejó la australiana. Cada respuesta era escueta, pero con “sustancia”, con contenido. “Les digo a los periodistas de los medios privados que hablen, que no tengan miedo, WikiLeaks puso una marca y les animó a que hagan lo que mi hijo hizo”, recomendó la señora.
Patricia Pacheco, María Guevara y Rosa Pico, ya casi al final de la jornada, se acercaron. “Queremos ver de cerca a esta mujer tan fuerte”, indicó Pacheco, mientras se abrió paso por en medio de la gente.
Christine, en un costado, terminaba de tomar apuntes en su libreta. Las tres mujeres ecuatorianas no hablaban inglés, pero el intercambio de miradas fue suficiente. La australiana extendió los brazos y recibió el consuelo.
“Una por un hijo hace lo que sea”, pensó en voz alta. Y esa es una frase que resume la visita de Christine Assange a Ecuador, el país que podría ser el lugar de residencia de su hijo.