Los refugios en el norte de Brasil son insalubres
Manuel y su esposa no paran de toser, pero sonríen: su bebé ya no tiene sarampión. Hace años integraban la clase media de su natal Venezuela, pero ahora se albergan en un gimnasio refugio en el norte de Brasil, con cientos de compatriotas que huyen de la crisis económica.
La familia vive hace un mes en el abrigo Tancredo Neves en Boa Vista, a 200 km de la frontera con Venezuela. Este gimnasio fue declarado refugio en 2017, cuando el flujo migratorio venezolano explotó instalándose en plazas y parques de esta ciudad de 330.000 habitantes.
Carpas, hamacas, cartones: la gente duerme como puede. Este espacio debería albergar a 180 personas, evalúa la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur). Pero estimaciones oficiales dicen que hay más de 600. No hay un número exacto, como tampoco de venezolanos en Boa Vista. La alcaldía calcula que son 40.000, equivalentes a más del 10% de su población.
La mayoría procede del este de Venezuela. Por el oeste, más de medio millón ya se marcharon a Colombia, buscando mejores horizontes que los de un país rico en petróleo, pero sumido en una debacle económica y social con el gobierno de Nicolás Maduro.
Mónica Becker, de 31 años, está agradecida por tener donde dormir, pero lamenta el estado de los baños. Los cinco sanitarios están tapados.
“La situación empeora en este tipo de refugio porque es insalubre y promueve el aumento de enfermedades, como sarna, dermatitis, gripe, asma y alergia”, advierte el doctor municipal, Raimundo de Sousa. (I)