Los derechos humanos y el bicentenario de Guayaquil
Este mes de octubre del ya 2020, Guayaquil, conocida como uno de los puertos principales de Ecuador, donde se conjugan costumbres y culturas propias y de otros países, está de fiesta. Se celebra su bicentenario de independencia, 200 años de libertad y de ondear su bandera celeste y blanco con su escudo que nos recuerda esta gesta histórica al decir: “Por Guayaquil Independiente”.
Esta ciudad ha sido testigo de la historia del movimiento LGBTI y sus grandes logros en derechos humanos, alcanzados con largas y arduas luchas. Fue así como en 1998 se despenalizó la homosexualidad en el país; en el 2008, con una nueva Constitución, se abrió la unión de hecho también para parejas del mismo sexo y en 2015 ya se consideró otro estado civil más; en 2019 la Corte Constitucional dio paso al matrimonio igualitario y desde hace algunos años tenemos sentencias de esta corte, como la del caso “Satya” y la de “Bruno Paolo”, que reconocen derechos a familias homoparentales y a personas trans, respectivamente, además de la Opinión Consultiva 24/17 de la CorteIDH que recomienda y obliga a los estados parte de la OEA a reconocer y respetar los derechos de las personas LGBTI, un instrumento internacional de derechos humanos que conforma nuestro marco constitucional tal como establece el artículo 11.3 de la Carta Magna.
Estos logros para la población LGBTI se han dado en los últimos 22 años pero ¿hemos avanzado como sociedad guayaquileña de la mano de los derechos humanos?
Estos hechos me remontan a 1902, cuando durante la administración de Plaza Gutiérrez se dictó la Ley de Matrimonio Civil y Divorcio, así como la Ley de Cultos; más adelante, en 1906, se introduce el laicismo en la educación y queda abolida la pena de muerte, y en 1911 el Congreso aprueba que la mujer pueda tener control sobre sus bienes dentro de la sociedad conyugal.
En cada uno de estos avances hubo grandes grupos de religiosos y conservadores que se opusieron a cambios liberales, con marchas, discursos en plazas y en púlpitos en Guayaquil, así como en los escenarios políticos partidistas de la época.
Sus argumentos iban desde la destrucción del país hasta la desaparición de la familia, un discurso no diferente del esgrimido por asambleístas, candidatos a la presidencia y grupos ultraconservadores, que hoy, 120 años más tarde, no han cambiado.
Los derechos humanos se interrelacionan y son interdependientes. Cada avance para cada grupo o colectivo humano termina siendo un avance en derechos para todos, y de la misma forma, cada retroceso o estancamiento, atraviesa todas las piezas del andamio que forma la sociedad.
Guayaquil será libre e independiente cuando sus espacios realmente sean públicos, cuando nadie sea segregado, cuando las políticas públicas locales sean para beneficio de todas las personas y no un resquicio para ocultar y perseguir la pobreza y a todo aquel que no se ajusta a la visión moral de los conservadores. (O)