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El Telégrafo

Pedro Franco Dávila, el científico guayaquileño del siglo XVIII

Pedro Franco Dávila, el científico guayaquileño del siglo XVIII
El Telégrafo
09 de octubre de 2020 - 00:00 - Kléver Antonio Bravo

Nació en Guayaquil el 21 de marzo de 1711 y fue bautizado en la iglesia de El sagrario. Se formó como científico en París y triunfó en Madrid con la fundación del Real Gabinete de Historia Natural. Este personaje de virtudes singulares, don Pedro Franco Dávila, vino al mundo en el hogar del capitán de navío Fernando Franco Dávila, nativo de Sevilla-España, y de la dama guayaquileña María Magdalena Ruiz de Eguino.    

De su juventud, se sabe que acompañó a su padre en un viaje a Panamá con la venta de cacao; que estudió en Lima, en la Universidad de San Marcos; que contrajo matrimonio con Manuela Reina y Medina, de quien no se tiene mayores noticias; que en un viaje de padre e hijo a España, se contagió de fiebre amarilla en Panamá; que apenas recuperó su salud, continuaron el viaje a España, donde su padre murió; que luego fue secuestrado por corsarios ingleses y liberado después de siete meses… En definitiva, la juventud de este criollo guayaquileño fue un tiempo lleno de aventuras.

A sus 33 años viajó a París. Allí permaneció por más de dos décadas, tiempo en que soltó al viento su pasión de coleccionista “compulsivo”. Conforme visitaba museos y gabinetes en Francia, Prusia, Suiza, Italia y Países Bajos, compraba lo que podía; así también, fue desarrollando un intenso trabajo de investigación sobre lo que iba adquiriendo y lo que estaba por adquirir, convirtiéndose en un autodidacta de la Zoología, Botánica, Arqueología y muy en especial de la Historia Natural y todos sus misterios y curiosidades. Con toda esa pasión y conocimiento, llegó a compilar gran cantidad de documentos de estas ciencias; pero lo más sobresaliente: reunió miles y miles de piezas, objetos y especies de minerales, semillas, vegetales fósiles, animales disecados o petrificados de toda clase, armas de diversas épocas y culturas, piedras preciosas de todos los continentes, medallas, pinturas de reconocidos artistas, miniaturas y un largo etcétera.

Así como Antonio de Ulloa y el célebre botánico José Celestino Mutis, intentaron gestionar con S.M. la creación de un museo; en 1753, Pedro Franco Dávila presentó una oferta al rey Fernando VI sobre la creación de un gabinete de Historia Natural… De hecho, todas esas ofertas fueron desatendidas. Con aquellas puertas cerradas, el erudito guayaquileño entendió que la propuesta debía ser reforzada con un documento científico que lo escribió al poco tiempo con ayuda de Romé de L´Isle: Catalogue Systematique et Raisonne des Curiosités de la Nature et de I´Art, obra que fue editada en 1767, con la venta de una parte de su colección.

En 1771, el destino de Franco Dávila dio un giro esperanzador cuando el rey Carlos III aceptó la propuesta de creación del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid, aclarando que el sabio guayaquileño no vendió su colección, simplemente cedió, a cambio del nombramiento de director del Real Gabinete, con un sueldo vitalicio nada despreciable para la época. Es fácil imaginar cómo sería su entusiasmo, que él mismo diseñó las salas y la distribución exacta de las familias y géneros de animales y minerales, teniendo en cuenta que se trataba de la colección de Historia Natural más completo de la época. El Gabinete fue instalado en la calle Alcalá No. 13, compartiendo el edificio con la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y abriendo al público en 1776. Décadas más tarde, el Real Gabinete cambió de nombre a Real Museo de Ciencias Naturales, y en 1913 a Museo Nacional de Ciencias Naturales.

Por sus vastos conocimientos en las Ciencias Naturales, fue honrado con pertenecer a la Academia Imperial de Ciencias de Berlín, a la Real Sociedad de Londres, a la Academia Imperial de San Petersburgo y a la Academia de Historia de Madrid. No en vano el padre agustino Enrique Flórez, insigne historiador, geógrafo, paleógrafo y traductor español de la Europa dieciochesca diría de nuestro sabio guayaquileño que: “Hasta hoy no conocemos en España otro de tal instrucción, práctica y experiencia”.

Murió  en Madrid el 6 de enero de 1786, dejando a la Historia Natural como un nuevo legado científico en la Europa de finales de la Edad Moderna. (I)

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