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El Telégrafo
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UNA SANA ADICCIÓN

En 2018 fue campeón sudamericano de la milla, consiguiendo triunfos en Santiago de Chile, Guayaquil y Buenos Aires.
En 2018 fue campeón sudamericano de la milla, consiguiendo triunfos en Santiago de Chile, Guayaquil y Buenos Aires.
Álvaro Pérez / ET
23 de febrero de 2020 - 00:00 - Jaime Jaramillo

Acompañado de su colega y amiga Katherine Tisalema, el fondista ecuatoriano Vicente Loza cumple con sus entrenamientos en Quito, luego de haber pasado los últimos seis meses de 2019 en España, donde ganó dos importantes competencias.

Los triunfos en la San Silvestre Vallecana, una prueba de 10 km que se cumple cada 31 de diciembre en Madrid; y la media maratón (21 km) de Sevilla, sirvieron para que el fondista de 25 años vuelva a la palestra nacional y la Ecuatoriana de Atletismo lo apoye en su preparación que busca clasificar a los Juegos Olímpicos Tokio 2020.

Estar corriendo en la pista o en el asfalto se volvió un vicio para el deportista nacido en Babahoyo (provincia de Los Ríos), el 4 de julio de 1994. O como él lo prefiere llamar: “una adicción”. La única forma en la que lo pueden alejar de este estilo de vida es por una lesión, pero aun así tiene la necesidad de estar ejercitando su cuerpo.

Tras cumplir uno de los diarios entrenamientos, que varían entre dos y tres horas según la planificación, en la pista de Los Chasquis, ubicada en el barrio quiteño de La Vicentina (centro-norte de Quito), Loza conversó con EL TELÉGRAFO sobre sus inicios, metas y el sueño de llegar a la capital japonesa.

En su natal Babahoyo, una de las principales urbes de Los Ríos, fue donde Vicente conoció el deporte que ahora lo hace ser el orgullo de su madre, Asunción Bejarano; y su padre, Gerardo Loza.

Al principio al deportista de 1,80 m de estatura no le gustaba andar corriendo para llegar a la meta o para mantenerse en forma, porque “en mi ciudad cuando alguien sale a trotar lo catalogaban como un loco o que no tiene nada que hacer”, contó el fluminense entre risas.

Fue en el colegio Espejo donde un profesor de cultura física lo inmiscuyó en el atletismo para participar en los intercolegiales.
Antes del atletismo repartió por un mes golpes en el boxeo, aprendió los movimientos y cómo pararse en el ring, pero no le gustó.

Como casi todas las ciudades ecuatorianas los niños practican primero el fútbol. Vicente también llegó a patear la pelota, jugaba como defensa, sin embargo pudo más la “adicciónpor las carreras.

Ese primer contacto hizo germinar en Loza el gusto y la pasión por las carreras a pie. Entonces y una vez que tuvo la mayoría de edad decidió viajar a Quito para hacerse profesional, porque “en mi tierra no hay quién motive a los chicos a que practiquen esta disciplina”, expresó con algo de resignación.

El también fondista Alan Andachi y su padre, Marcelo, fueron quienes le abrieron las puertas de su hogar en la capital ecuatoriana, para que siga desarrollando su talento.

Una segunda migración en su vida ocurrió el año pasado cuando su colega Carmen Toaquiza le pidió que la ayude en una maratón en el país europeo como “liebre” (un corredor cuya función es marcar un determinado ritmo) en febrero.

Esa primera experiencia le sirvió para animarse a volver en septiembre. Desde ese instante se dedicó a entrenar, participar en competencias y trabajar entregando encomiendas, porque “necesitábamos cubrir nuestras necesidades” y aportar en la casa del técnico tricolor Mauricio Lata, quien los acogió allá.

Para clasificar a Tokio, el también estudiante de entrenamiento deportivo en el instituto técnico Libertad de Quito, carrera que debió dejar por buscar su sueño de ser olímpico, necesita un tiempo de 2 horas y 11 minutos.

Loza dice no admirar a nadie en la maratón, porque quiere escribir su propia historia y no seguir los pasos de ningún otro atleta. (I)

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