Crónica desde la tierra de un fútbol enfermo
A miles de kilómetros de distancia de la ovación unánime que la hinchada del Real Madrid le regaló al italiano Andrea Pirlo minutos antes de la eliminación de su equipo en la Champions League ante la Juventus en su casa, el fútbol argentino mostró el jueves su peor cara. En una de las páginas más bochornosas de la historia de la Copa Libertadores, el superclásico Boca-River –uno de los más importantes del mundo- fue suspendido antes de comenzar el segundo tiempo en la “Bombonera” después que los jugadores “millonarios” fueron agredidos con gas pimienta o una sustancia similar cuando atravesaban la manga que conecta los vestuarios con el campo de juego. El partido de vuelta por los octavos de final del torneo –River de local había ganado en la ida 1 a 0- fue suspendido luego de inexplicables 90 minutos de espera en medio de insultos, dudas y llamados telefónicos para recibir instrucciones de la Conmebol, que se empeñaba en continuar el partido a pesar del escándalo.
Las imágenes de la vergüenza recorrieron el planeta futbolístico. En una muestra de la violencia sin fin que envuelve al fútbol argentino, un inadaptado -o un grupo de ellos- lanzó “spray” de gas pimienta en el rostro y el cuerpo de varios futbolistas de River. En la cancha y los alrededores había 1.300 policías.
Los jugadores más afectados fueron Leonardo Ponzio, Leonel Vangioni, Matías Kraneviter y Ramiro Funes Mori, cuyos rostros estaban enrojecidos por la irritación y su visión afectada. Todos ellos fueron atendidos en un hospital por “queratitis química” en los ojos –que causa dolor, irritación y afecta la vista- según el parte médico. Deben guardar 72 horas de reposo.
El tumulto fue general. El técnico de Boca, Rodolfo Arruabarrena, llegó a insultar a su colega de River, Marcelo Gallardo, en medio de la cancha porque el equipo visitante no quería continuar el partido. El árbitro Darío Herrera recorría nervioso el campo y hablaba con el veedor de Conmebol, el boliviano Roger Bello. El dirigente se comunicaba por teléfono con el titular del organismo, Juan Angel Napout, quien le pedía intentar que continuara el show a pesar de la gravísima agresión. Solo el jugador de Boca Daniel Osvaldo intentó poner un toque de cordura: fue el único que se dirigió hacia donde estaba el plantel de River para preguntarles cómo estaban. Y en medio del bochorno, sobrevoló el campo de juego un drone –avión sin piloto- donde colgaba un disfraz de “fantasma” con una B negra en el pecho (una imagen llamada “fantasma de la B” en la jerga futbolística argentina, ndr), en alusión al descenso que sufrió River en el 2011.
Una hora y media después, el árbitro –con el aval de la Conmebol- decidió suspender el partido. Pero los futbolistas de River y Boca tardaron otra hora en abandonar el campo de juego. Los futbolistas “millonarios” fueron a los vestuarios mientras proyectiles caían desde la platea. Ningún jugador de Boca salió junto a ellos. Incluso, antes de irse, saludaron a su hinchada con los brazos abiertos.
El periodista Gustavo Grabia, autor del libro “La Doce” sobre los seguidores violentos de Boca, escribió en el diario Olé que la hinchada más radical del club “provocó el lío” por una pelea por la repartición de entradas y del negocio del cobro ilegal y compulsivo por el estacionamiento de automóviles en los alrededores de la cancha.
“Todo fue planificado. Quien crea que la acción (del jueves por la noche) la generó un grupito de hinchas descolgado de La Doce, cambie de idea: la interna de la barra desató la acción que terminó con el Súper”, señaló.
La cancha de Boca fue clausurada en forma preventiva. La justicia inició dos causas: una por agresión y lesiones a los futbolistas de River y otra por “contravenciones” como el caso del drone que sobrevoló la cancha. El “superclásico” del fútbol argentino terminó siendo un “superpapelón”. La Conmebol tiene ahora la última palabra. (I)