Mundial de Argentina: 40 años no es nada
Si como dice el tango 20 años no es nada, 40 años aún no son suficientes para aplacar la mueca de dolor con que muchos argentinos recuerdan hoy el triunfo deportivo alcanzado en el Mundial 78 en medio de una dictadura sanguinaria que torturaba, asesinaba y hacía desaparecer a miles de compatriotas a pocos pasos del estadio de River Plate, donde se jugó la recordada final.
A dos kilómetros de allí, al mismo momento en que Mario Kempes hacía delirar a los argentinos con sus goles contra Holanda en la victoria 3 a 1, cientos de compatriotas sufrían el encierro y la tortura en el campo de concentración y exterminio de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), hoy convertido en un espacio para la memoria.
Por entonces la enorme mayoría de los argentinos, entre ellos los propios jugadores albicelestes, desconocían la maquinaria de muerte de un régimen que usufructuó el Mundial para camuflarse detrás de los goles de Kempes y las atajadas de Ubaldo “Pato” Fillol y maquillarse ante el mundo con eslóganes como “los argentinos somos derechos y humanos”.
Los argentinos festejaron entonces su primera Copa del Mundo y la dictadura tuvo su fugaz éxito deportivo para tapar el genocidio y la represión. Y llenó el triunfo mundialista de dudas por las presiones y rumores de sobornos que rodearon en especial la victoria de 6 a 0 sobre Perú que permitió a la albiceleste llegar a la ansiada final.
El periodista y escritor Ricardo Gotta, autor del libro “Fuimos Campeones” que narra los sucesos de aquel Mundial del que se cumplen este mes 40 años, dice a EL TELÉGRAFO que la dictadura “hizo todo lo posible para que Argentina ganara” el torneo.
Según Gotta, el régimen ejerció una fuerte presión sobre los jugadores peruanos cuando el dictador Jorge Videla visitó el vestuario de la selección inca junto al entonces secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, minutos antes del crucial partido. Argentina necesitaba golear 4 a 0 para desbancar a Brasil de la final y el dictador les habló a los peruanos de la “hermandad sudamericana”.
“Nos cagamos en las patas” admitió uno de los futbolistas peruanos cuando Gotta lo entrevistó para su libro reservando su nombre. El periodista respalda la sospecha de que también existió, aunque nunca pudo probarse, el pago de sobornos a algunos futbolistas peruanos, algo sostenido incluso por el exjugador José Velazco Castillo, integrante del plantel que denunció a varios de sus excompañeros.
Pero no fueron los únicos puntos oscuros. Tras el Mundial fue comprado por Vélez Sársfield, en forma cuanto menos curiosa, el jugador peruano Rodolfo Manzo, “un futbolista mediocre que estuvo en aquel juego mundialista y apenas actuó un par de veces en el club” y cuya transferencia se sospecha estuvo ligada a ese 6 a 0, contó Gotta. También se habló de un cargamento de trigo que Argentina donó a Perú tras la Copa, pero el periodista sostiene que ese envío estaba programado desde antes del Mundial.
Gotta afirma que, más allá de ese partido que ha estado embarrado por la eterna sospecha de un “arreglo”, la selección albiceleste “tenía un equipazo y podía haberle hecho cuatro goles a Perú. Estaban Kempes, Fillol, Daniel Passarella, René Houseman. Aquella selección fue un gran equipo comandado por un gran técnico como César Luis Menotti”, recuerda.
“Los jugadores no sabían lo que pasaba y muchos de ellos en los últimos tiempos comenzaron a hablar” de ese contexto de muerte y dictadura que enmarcó el Mundial y de a poco los argentinos comenzaron a reconciliarse con ese equipo, indicó.
Pero 40 años después, a los argentinos les sigue doliendo ese Mundial. Muchos se sienten culpables de haber festejado un triunfo en medio de la peor dictadura sufrida por el país austral. Y se suele recordar más la limpia gesta de México 86 con Diego Maradona y ya en democracia.
Los militares creían que gobernarían por siempre. Se sentían tan poderosos que incluso sacaron a pasear a algunos detenidos de la ESMA para que festejaran la victoria contra Holanda.
La periodista Miriam Lewin relata en el libro “Deportes, desaparecidos y dictadura”, de Gustavo Veiga, la escalofriante escena que le toco vivir junto con un grupo de detenidos.
“Para nosotros fue una tortura refinada y adicional que nos sacaran a festejar con el pueblo. Abrieron los techos de los autos y algunos de nosotros sacamos la cabeza y nos dejamos arrastrar por la euforia. Creo que pensaban que iban a gobernar por siempre y de hecho nosotros estábamos convencidos de que la dictadura iba a durar 40 años más. Porque veíamos a la gente tan enceguecida, tan borracha de victoria”, contó.
Los represores nos llevaron incluso a una pizzería: “La euforia era tan enceguecedora que nadie percibía que nosotros estábamos ahí, pálidos, temblando, que llevábamos la marca de la desaparición en la frente. Nadie se daba cuenta de lo que nos estaba pasando”, concluyó. (I)