“Morí un poco aquella vez, pero no lo suficiente”
Enfrentarse a la miseria humana no es fácil. Se es indiferente ante ella y tan solo se la invisibiliza. Pero en esta obra, desde el humor un tanto inocente y tierno, se pone sobre las tablas las desventuras de un hombre -mejor dicho, tres en uno-, que muere ante las opresiones, pero que revive cada vez que una (falsa) esperanza se le presenta.
“De cómo murió y resucitó Lázaro, el lazarillo”, dirigida por el quiteño Gerson Guerra, de Malayerba, y producida por Daemon, presenta el viaje de aquel hombre cuya dignidad nunca perdió, sino que construyó su vida sobre ese aprender y repensar su propia miseria y pobreza.
Lázaro arma su historia contándola a partir de flashbacks, en los que mantiene encuentros con personas que le han enseñado a relacionarse con el mundo. Originalmente, la historia escrita por Arístides Vargas estaba pensada para una interpretación unipersonal, pero en esta puesta en escena a Lázaro lo construyen tres personalidades distintas.
Esta visión tripartita del personaje la realizan la mexicana Itzel Cuevas y los ecuatorianos Jorge Velarde y Alejandro Fajardo, quienes además juegan otros papeles en la historia. No obstante, terminan creando un personaje completo, con todas sus caras y percepciones de su propia realidad.
Cada uno de estos actores viene de escuelas diferentes, sin embargo han logrado captar de tal manera la esencia de este personaje que, desde sus características distintas como intérpretes, dotan a Lázaro de ciertas particularidades, que toman la timidez e inocencia de Velarde, lo histriónico de Cuevas y lo lúdico de Fajardo.
La historia del lazarillo se desenvuelve en una jocosidad permanente. El guión permite que los actores lancen frases que resuenan en el público y provocan carcajadas en demasía. Además, este manejo del humor viene acompañado de los movimientos y objetos con los que juegan los actores sobre el escenario.
Las llantas que están sobre el tablado son su mesa, silla, pasarela, cama o refugio. Este “precario” recurso permite a los actores desplazarse, saltar y, sobre todo, jugar. El vestuario de esta obra está realizado con materiales reciclados, que de acuerdo con Gerson Guerra, esto se justifica porque forma parte del mismo discurso y fondo que pretende mostrar la obra.
Aquello también habla de esa pretenciosa tarea de que los mismos actores creen su propio ambiente, sin ningún tipo de música de fondo.
El manejo de su corporeidad y recursos limitados, más la bien lograda iluminación que los acompañan, bastan para que las “muertes” de Lázaro sean receptadas con toda su intensidad e intención. Y es que la historia no solo permite reír, sino que también, desde ese humor, alcanza a conmover.
Sucede que Lázaro, el lazarillo, va muriendo, pero por heridas de alfiler, que lo van calando y penetrando de encuentro en encuentro. La última conversación con su madre, quien “bota” a su hijo de la casa, es la primera historia que se cuenta sobre este personaje. Desde la que se entienden las desventuras que emprenderá.
Es clave el momento en el que Lázaro “compartió” una cena con su tío ciego, quien le da una especie de clase magistral y práctica sobre las distintas clases de mendigos, como el “mendigo eclesiástico”, y cómo convertirse exitosamente en uno.
Como rezó uno de los personajes: “No se puede hablar de la vida sin hablar de la muerte”. Por eso, el instante que permanece Lázaro con el “italiano”, interpretado de manera bastante destacable por Velarde, le da al mendigo otra visión de la vida: la apariencia es lo más importante, y es con la que además se puede burlar hasta a la propia muerte o miseria. “De cómo murió y resucitó Lázaro, el lazarillo” no es la historia sobre la superación de un personaje ante las peripecias de la vida, sino de cómo estos episodios se actualizan y no cesan.
No se trata de querer eliminar la propia miseria, sino de llevarla, levantarla, “sacarle el jugo” y hacerla visible. Y Lázaro aprende cómo hacerlo. Pero muriendo. El lazarillo también presenta varios momentos de introspección del personaje, en los que una especie de flujo de conciencia se cierne sobre el escenario.
Aquello brinda una mirada mucho más íntima de lo que Lázaro está viviendo, y no una sensiblona, porque hay momentos en los que hasta él mismo se ríe de su situación. Es por eso que Lázaro repite luego de todos estos encuentros: “Morí un poco aquella vez, pero no lo suficiente...” y es la frase que se convierte en el leitmotiv de la historia en general.
La obra se presentará hoy, a las 20:00 en la Sala Zaruma del Teatro Sánchez Aguilar (TSA), y mañana a las 19:00. Las entradas tienen un costo de $15 y pueden adquirirse en la boletería del teatro o en los locales de Musicalísimo.