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José Riveros, un músico que va de Mozart a Los Jaivas

José Riveros, un músico que va de Mozart a Los Jaivas
08 de octubre de 2013 - 00:00

Un piano aguarda en mitad del escenario. La pantalla se enciende con los siguientes versos: “Creo en mi corazón/ el que yo exprimo/ para teñir el lienzo/ de mi vida”, que pertenecen a la poeta chilena Gabriela Mistral. En seguida aparece José Riveros, saluda al público con una reverencia, se sienta al piano y  arranca el concierto. Suena La Vida Mágica ¡Ay, sí!,  uno de los temas de la  agrupación chilena Los Jaivas.

Antes de seguir con la segunda pieza, Riveros se levanta y —rompiendo el esquema de los habituales conciertos— le dice al público: “El programa en sus manos tiene una pequeña variación; es mi primera vez en Quito y sentí que debía hacer algo especial para ustedes: un concierto más grato, más ameno”.

Ahora es Violeta Parra quien —en blanco y negro— ocupa la pantalla, tocando su guitarra y entonando unas coplas: “La suerte mía fatal/ no es cosa nueva señores/ me ha dao sus arañones/ de chica muy despiadá./ Batalla descomunal/ yo libro desde mi infancia,/ sus terribles circunstancias/ me azotan con desespero,/ dejándome años enteros/ sin médula ni sustancia”.

Le siguen temas como Run run se fue pa’l norte y Gracias a la vida. José la sigue con la mirada mientras la acompaña en el piano. Da la impresión de que ambos se comunican y, sobre todo, de que Violeta estuviese viva... y en ese momento lo está.

La siguiente canción, explica José, es una de sus composiciones: Cruz del Sur, realizada durante su estancia en el Valle del Elqui y a petición de los lugareños para la inauguración de un observatorio. “Luego les presentaré otra composición mía que da cuenta de mi lugar de origen. Yo vengo del campo, soy oriundo de San Vicente de Tagua Tagua o Rancagua, en la sexta región en Chile, y traté de plasmar en un ritmo de cueca una pieza musical a la que denominé Cachapoal, inspirada en el valle que lleva su nombre”.

Alturas de Machu Picchu (1981) es una de las obras fundamentales del grupo Los Jaivas.

Ahora es Víctor Jara —también en blanco y negro— quien presenta Luchín, a la que  le siguen El derecho de vivir en paz y Te recuerdo Amanda. Luego nos presenta una sorpresa: un video de Claudio Parra (tecladista de Los Jaivas) saludando al público y contando el acercamiento con José Riveros a manera de anécdota.

José regresa al piano y esta vez, con uno de los clásicos de Los Jaivas, Alturas de Macchu Picchu (basado en el poema homónimo de Pablo Neruda). La energía del público aumenta. Los dedos de José parecen un    grupo de danza: diez bailarines haciendo de las suyas sobre las teclas.

¿Qué lo motivó a cambiar su repertorio a última hora?
Sentí que debía hacer algo especial. Por eso incluí también dos canciones de mi autoría como un acercamiento o un regalo. Yo actúo con base en lo que siento en el momento, soy muy impulsivo. Hay momentos en que uno tiene que hacerlo y  no puedes explicarlo, se siente y ya está.  

¿Por ejemplo?
Medir el clima del público. Al final del concierto también uno siente y puede tocar otras cosas. El bis que yo hice nació en el momento, si el público hubiese sido más frío no hubiese habido bis, ahí se acababa y punto. Pero yo sentí que ahí pasaba algo, porque iba mirando a la gente y miraba el audiovisual y se iba generando un clima. Había una cosa de ‘feeling’, la gente me hablaba sin decir nada.

¿La propuesta de proyectar imágenes e intercalar los temas con la voz de Violeta Parra o de Víctor Jara, fue idea suya?
Sí. Quería darle una plataforma diferente a un concierto de piano, interactuar con el audiovisual y tener una conexión; algo natural. Todo lo que puse en el escenario fue parte de una historia. Es decir, no me limito a  una partitura, se trata de una historia musical dentro de un concierto.

¿Cuándo inició su carrera musical?
Ahora tengo 28 años, inicié a los 17 mis estudios profesionales en Pedagogía Musical,  en la Universidad de Playa Ancha, en Valparaíso, gracias a mi puntaje y a mi condición social. Mi mamá era viuda, obtuve el 100% de crédito universitario. Somos una familia humilde, hijos del rigor, mi papá falleció, atendía un kiosko en una placita. Con eso vivíamos y luego, mi mamá, con mucho esfuerzo, nos dio estudios -a mí y a mi hermana-. Luego estudié Piano Clásico en el Conservatorio de la Universidad Católica y posteriormente con el maestro Juan Carlos Villegas, del Conservatorio de Música de la Universidad Mayor, en Santiago. Complementariamente estudié Dirección Coral y Orquestal. Sin embargo, antes de todo ello ya tocaba guitarra con mis amigos hasta que un día descubrí el piano y sentí que ese era mi camino.

Usted viene del campo, ¿cómo ha influido ello en su obra?
Mucho. Yo soy oriundo de San Vicente de Tagua Tagua, en la sexta región, y a la hora de crear, mis raíces de una u otra forma  siempre aparecen. Por otro lado, en mi comuna la  profesión de pianista es inusual, pero en mi caso permanentemente recibí el apoyo de mi familia, la cual siempre ha sido de mucho esfuerzo.  Nunca fui de riquezas, ahora gracias a la música tengo una estabilidad. Pero más que lo económico, es la satisfacción. Creo que mi esfuerzo se ha visto reflejado, por ejemplo, en cosas como que un grupo de 50 años, que tiene su historia en Chile, me elija para ser el transcriptor oficial de su obra. Y eso desde luego me ha abierto otras puertas, por eso también estoy  ahora en Quito.


¿Cómo se dio la oportunidad de trabajar profesionalmente con Los Jaivas?
Una vez Los Jaivas fueron a mi tierra. Me presenté ante ellos como pianista mostrando algunos de mis arreglos. Claudio quedó sorprendido de que hubiera alguien dedicado al piano en esta pequeña comuna, y ahí comenzamos a generar una amistad. Después trabajamos juntos en algunas partituras, le mostré parte de mi trabajo, lo llevé a colegios donde doy clases y me encargó hacer arreglos para ciertos temas. Luego le entregué una minuta de Alturas de Machu Picchu, me dijo que podríamos juntarnos a hacer partituras, empezamos una vez al mes, dos, tres veces hasta que finalmente, en 2012, me ofreció trabajar oficialmente para Los Jaivas.

¿Cómo le ha resultado esta experiencia a nivel personal y artístico?
El trabajo ha sido arduo, pero hemos tenido excelentes resultados. En lo personal, como músico, ha sido maravilloso. De partida Los Jaivas son parte del cancionero popular chileno, temas como Mira niñita o Todos juntos han pasado generaciones enteras. Ahora bien, en lo musical  tiene su dificultad, puesto que Los Jaivas utilizaron instrumentos y ritmos propiamente latinoamericanos y étnicos, además de mucha improvisación. Es decir, dentro de esta música hay instrumentos que es muy poco común que estén escritos en partituras. Entonces uno tiene que generar un sistema de partituras para un cultrún, una trutruca, un cascabel, un canto de bregón, etc.

¿Cuál es su álbum favorito de Los Jaivas?
En realidad me gustan más canciones de distintos álbumes. Por ejemplo, mis favoritas son Mira niñita, Pregón pa’ iluminarse, La conquistada, Canción del Sur; en fin, hay muchas. 

 

¿Tiene para esta labor un horario? ¿Cómo es su rutina de trabajo, si es que la hay?
Mi rutina es el colapso (risas). Pero sí, es necesaria una disciplina, es decir, por lo menos martes y jueves trabajo con Los Jaivas. Y como además tengo una academia de música, entonces doy clases los lunes, miércoles y sábados; pero también hay mucho tiempo que tengo que dedicar a mi estudio personal, o a transcribir yo solo a fin de llevar algún avance a las reuniones.

¿Cómo se desarrolla su tarea de transcribir partituras?
Hay dos formatos de transcripción: el primero, a partir de los discos, y el segundo, de los mismos Jaivas que  a uno le transmiten el conocimiento. Claudio Parra, por ejemplo, me dice “este piano quiero que quede así, o este bajo de tal manera, etc.”. ¿Pero, qué pasa si ya hay dos integrantes muertos? Es decir, hay una especie  de responsabilidad de mantener la esencia de la música. Las partituras que van a quedar  ahora son más que nada el espíritu de Los Jaivas.

¿Uno de sus integrantes estuvo algún tiempo en Ecuador?
Sí, Eduardo ‘Gato’ Alquinta, vocalista  de la banda por casi cuarenta años. Sucede que Los Jaivas iniciaron en 1963 (bajo el nombre de The High & Bass) y tocaban al principio mucho chachachá, bossa nova y bolero, y además amenizaban fiestas. Pero en 1967, más o menos, el Gato decidió viajar. Tomó su rumbo y mochileó por Latinoamérica y así llegó a Ecuador. Después de esa vuelta, Los Jaivas tuvieron un vuelco en la música porque empezaron, además de fusionar géneros como el rock y los ritmos folclóricos, utilizando instrumentos ancestrales, todo el tema de la improvisación. Entonces fue un hecho clave ese viaje del Gato, porque regresó con muchos aprendizajes y nuevas ideas. Cuentan algunos que el Gato estuvo por acá en Ecuador 30 días a pie pelao (descalzo), porque necesitaba sentir la tierra.

Le interesa tanto Mozart como Violeta Parra, un réquiem como una cueca. Su formación es clásica, pero se inclina siempre por los ritmos de su tierra. ¿Cómo le ha resultado esta mezcla de bagajes?
No sé cómo explicarlo, pero es como repensar la identidad, una identidad que supere el territorio chileno, una identidad latinoamericana, quizá, y de cómo aportar todos mis antecedentes académicos a este cancionero popular. La idea es usar todos esos elementos y además difundirlos. La música no cumple su rol si uno no entrega el mensaje al auditorio.

¿Pero cada música tiene su carácter, no?
En efecto, cada música tiene su carácter, su espíritu, su esencia. Es decir, (Johann Sebastian) Bach nació en Alemania y es parte de su folclor, o los valses de (Richard) Strauss, por ejemplo, la gente allá los siente con furor, o la Ópera en Italia. Acá a la gente le gusta pero, en general, no con esa pasión. Es inevitable que los ritmos de una región marquen, de una u otra forma, a su gente.

Supongo que se trata más  de ‘sentir’ el alma de un  género. Por ejemplo, usted explicaba que una cueca no puede limitarse a una partitura, puesto que intervienen otros elementos como la ‘picardía’ de la letra.
Desde luego, hay cosas que no se pueden plasmar en una partitura. Por ejemplo, la interpretación musical, la picardía de la cueca. Uno no puede decir: está en sol mayor y ya: tun tán tun tán (haciendo una expresión rígida y fría). Ahí existen más elementos que uno tiene que vivir. Hay muchos pianistas rusos que han llegado a Chile y que uno les entrega las partituras y, claro, las tocan al pie de la letra: tun tán tun tán... tun tán tun tán (nuevamente en posición rígida) y de pronto viene un huaso del campo con su guitarra y toca la misma canción, pero muy muy sentida, y es otra cosa, allí uno siente el alma del ritmo. En  lo personal, yo creo que llevo esa esencia  cultural como chileno.   

¿En el concierto ejecutó dos canciones suyas: ‘Cruz del Sur’ y ‘Cachapoal’. Aparte de esas, ha compuesto más?
He compuesto muchas, pero difundidas en concierto solo esas dos. Cruz del Sur fue una composición que nació en el Valle del Elqui, en un lugar muy místico que ha sido cuna de inspiración para muchos artistas. La compuse a petición de su gente para la inauguración del Observatorio de Combarbalá. Recuerdo que me pasaba noches enteras viendo las estrellas, así la compuse. Y Cachapoal es prácticamente mi identidad. Una cueca que me remite al lugar de donde vengo. Por eso también suelo proyectar imágenes de mi comuna cuando toco esa canción.   

También fundó una academia de música en su comuna. ¿Cómo se dio este proyecto?
Yo tomé un giro rotundo porque así como hubo buenas experiencias, también tuve malas con algunos alcaldes, de manera que decidí formar mi propia academia, de una manera autónoma, para realmente beneficiar a chicos de la comuna y de la región. Se llama Academia de Música Claudio Parra, porque tenemos la suerte de que  Claudio nos respalda permanentemente   en persona, y  los estudiantes han tenido la posibilidad de tocar con él, eso me parece muy valioso. Desde luego, pude ponerle Academia Amadeus Mozart, un gran músico y todo lo demás, pero es diferente colocarle Claudio Parra, que es un músico chileno de gran trayectoria y que además está vivo.

¿Con cuántos alumnos cuenta la academia?
Hemos crecido, ya tenemos alrededor de cincuenta alumnos y de otras comunas también. Para nosotros es bastante porque las clases son individuales, y estas son de piano, guitarra, canto, bajo eléctrico y violín.  

¿Qué le produce trabajar con niños?
Mucho. (Se queda pensando unos segundos) Ay, es que es difícil explicar, porque la parte pedagógica, es decir, la experiencia  como docente, se la gana sobre todo en el cariño de los niños, o en el hecho de que tú estés entregándole a unas personas algo que realmente va a contribuir a sus vidas. Por ahí va el tema. No se trata de una carrera de música o de ser un profesor que tiene un título enmarcado, sino lo que tú contribuyas a la vida de las personas.

Creo que en usted la música es vital, solo así puede compartir de esa manera sus conocimientos.
Sí, para mí la música va desde cuando me levanto hasta cuando me acuesto, hasta sueño a veces con do re mi fa sol la (ríe). Es una pasión que vives. Que tu arte llegue a un niño que nunca en su vida ha visto un concierto de piano, y te diga “muchas gracias” y los papás te agradezcan -y tu lo sientes-, es maravilloso… miras los ojos de la gente y ves que les brillan de emoción, eso no tiene precio.

¿Ahora está enfocado  en su labor de transcriptor, pero ha pensado ya en algún proyecto a futuro, o dejará que ‘todo se vaya dando’, como usted dice?
Tengo ideas, claro, pero por ahora estoy totalmente entregado a  mi labor de transcriptor y director. No me tomo las cosas a la ligera, y mientras no termine mi compromiso con Los Jaivas, no puedo abarcar otras cosas.

¿Le tomará mucho tiempo?
Muchísimo. Años, quizá. Imagínate, si Los Jaivas tienen como 29 discos y este año vamos a publicar apenas dos; solo hay que sacar cuentas... Sé que será un largo camino, pero es a la vez un privilegio, estoy dispuesto a llegar hasta el final.

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