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Ecuador, 09 de Enero de 2025
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El Telégrafo
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Un diálogo íntimo entre océano, arena y seres humanos

Una sensación de liviandad y desequilibrio fue elevándose hasta llegar a los 1.000 pies de altura. De pronto, un deleite de una muestra a escala aparece en el fondo y hacia abajo, como si un telón se abriera ante la mirada y el planeta se colocara de cabeza. Ahí uno se interroga quién fue el creador de la gravedad para ubicar al ser humano en la condición más precaria y otorgar a la naturaleza la inmensidad de sus prodigios.

Miniaturas aleatorias se organizaban creando encuadres que, en plano cenital, daban forma a una narrativa heterogénea en la representación de la vida  en la costa de la provincia ecuatoriana de Manabí.

El color sorprendía en cada espacio que se miraba. La forma argumentaba una relación con otros lugares y la mística del paisaje recordaba estar ahí abajo; con la vista en ese plano cenital se reconoce uno mismo. Como estamos acostumbrados a ver hacia arriba, la mirada toma otros sentidos, las proporciones adquieren medidas distintas y parecería que algún ser todopoderoso se adueñara de nuestra mirada.

Y eso permite ver a la gente disfrutando de la playa (foto de arriba a la izquierda), dejando caer el sol y la fragancia marina por todas partes, como si la soledad fuese un asunto de muchos.

También al atravesar la carretera se observa la imprudencia -diría alguien- del ganado (foto de la mitad de arriba) en una imagen captada de la vía recién terminada entre Pedernales-El Carmen. En su recorrido, los bóvidos dibujan un cuadro aéreo sobrecogedor y dinámico.

Los lugares comunes transitados, vistos desde arriba, lejanamente se minimizan y se convierten en piezas que abandonan la abstracción para evidenciar, en su repetición, que esto no es casualidad. Las texturas de la Sierra han recordado inmensos tapetes que visualmente visten la cordillera, declarando el sosiego que trae el páramo y sus alturas.

La Amazonía, en su abundancia arbórea y fluvial, ha escondido los tesoros de la diversidad del bosque, y ahora, la Costa revela sus más variadas representaciones de personalidad que reviven en su habitantes y espacios combinados de tierra y océano.

Por eso la imagen de la izquierda de este texto puede provocar todas las sensaciones y sacudir algunas sensibilidades. Un cuadro pintado en un instante, que se transforma en el segundo siguiente y adquiere otra estética, y hasta otras formas.

Cada imagen impresa puede ser, para el lector, una exclamación a la memoria de sus propios recorridos viajando por tierra, que vistos desde el cielo testifican la maravillosa forma de vivir en estas tierras.

Quizá también nos descubrimos en nuestras cotidianidades, como las fotos de la derecha donde se observa un motel playero, una ribera marítima con todo el barullo de la presencia humana, compitiendo con los arrebatos del mar.

Y en esa búsqueda ocurre el milagro que el ojo no siempre alcanza a descubrir de inmediato: los juegos cromáticos de las piscinas salineras de San Jacinto, que no solo recrean el paisaje, sino que lo colocan en una dinamia potente, sacudidora, penetrante.

Por ello esos diálogos entre el océano, la arena y el viento, incesantes y vertiginosos a veces, palpitan eternamente, aun cuando una cámara fotográfica los capturen en el instante insospechado.

Habría que volver por el mismo lugar para reconocer la incapacidad humana para captar la misma imagen y el mismo sentido de la naturaleza.

Y si eso ocurriese podría también ser el milagro al revés. Lo único cierto está en el hado que nos ha convocado para bucear en la inmensidad de la majestuosa naturaleza.

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