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El Telégrafo
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Especial La Iglesia católica en crisis

La renuncia sacerdotal es una actitud sensible

Carlos Angulo continúa su labor social coordinando programas en Hogar de Cristo, organización jesuita que trabaja con personas desfavorecidas.
Carlos Angulo continúa su labor social coordinando programas en Hogar de Cristo, organización jesuita que trabaja con personas desfavorecidas.
Foto: William Orellana / El Telégrafo
31 de diciembre de 2018 - 00:00 - Redacción El Telégrafo

Tras una formación que va desde 7 hasta incluso 15 años, finalmente un religioso es ordenado como sacerdote. Durante ese tiempo los aspirantes pasan por diferentes etapas de preparación, de cara a lo que será la vida eclesiástica.

Existen casos en los que los sacerdotes -por variadas motivaciones- deciden dejar el ministerio. Es un tema delicado, quienes han vivido esta situación son muy cautos a la hora de hablar de su experiencia, incluso años después de abandonar el hábito.

Otto (nombre protegido), exsacerdote, aclara que un presbítero nunca abandona el sacerdocio, sino que abandona el ministerio sacerdotal. “El sacerdocio es algo irrenunciable, lo que uno deja son sus votos de castidad, de pobreza y de obediencia”.

Él ejerció el sacerdocio durante más de una década antes de separarse de la Iglesia. En su caso, la renuncia fue impulsada por el amor. Admite que no fue fácil tomar la decisión, pues son varios años de preparación y de llevar una vida dedicada al prójimo. Sin embargo, al final los sentimientos pudieron más.

Explica que una de las principales causas para que un sacerdote decida dejar el ministerio es justamente para iniciar una vida familiar. “Los sacerdotes son humanos como cualquiera y, por lo tanto, se enamoran. Por eso, antes de vivir contra las normas de la Iglesia, de violar el voto de castidad, optan por dejar el sacerdocio”.

Él considera que el voto de castidad es un aspecto imprescindible para la vida sacerdotal, pues esta es una labor que demanda dedicación y entrega a todos los miembros de la comunidad, y el hecho de tener una familia por la cual velar es, por decirlo de alguna manera, una “distracción”.

La salida del sacerdocio se inicia con la solicitud de dispensa del estado clerical, la cual debe ir dirigida al inmediato superior, quien emite un documento, en el cual prohíbe ejercer el ministerio públicamente, es decir, no puede celebrar misas, casamientos o confesar.

En la solicitud se debe explicar detalladamente los hechos que motivan la renuncia. Este documento es estudiado y finalmente remitido al Vaticano, pues la dispensa es un procedimiento administrativo-canónico que solo puede ser resuelto en la Santa Sede.

Una vez que la autoridad eclesiástica se pronuncia favorable a la solicitud, el cura es reducido al estado laico y solo a partir de ese momento puede iniciar una vida conyugal.

Carlos Angulo, exreligioso jesuita, explicó que en el caso de las órdenes religiosas como la Compañía de Jesús (jesuitas), la preparación difiere en ciertos aspectos con respecto a los sacerdotes diocesanos. “Los sacerdotes diocesanos se preparan en el Seminario Mayor, mientras que los de la Compañía de Jesús tienen sus propios centros de formación donde el proceso de ordenamiento dura alrededor de 15 años”.

Cada etapa sirve como filtro de preparación para el objetivo final de consagrarse a la vida de servicio a Dios. Durante estos años, los postulantes conocen diferentes aspectos de la vida religiosa. Se aprende filosofía, teología, se hace labor social en sectores conflictivos, todo esto les da un panorama de cómo es llevar una vida de servicio al prójimo.

Angulo recuerda que llegó un momento en el que empezó a cuestionarse sobre su verdadera vocación. “Fue cerca de un año de discernimiento en el que sopesé qué quería, seguir la vida de servicio a Dios a través del sacerdocio o la vida de familia. Es una decisión muy difícil porque ambos aspectos tienen el mismo peso. Finalmente pesó más el tema de familia, por eso opté por abandonar la orden”. Sin embargo, a pesar de ello, Carlos no se ha casado.

Carlos considera que uno de los aspectos más difíciles de dejar la vida religiosa es volver a crear conexiones sociales y construir una vida. “Los jesuitas tienen sus propias casas de formación, adentro lo tienes todo, pero afuera no tienes nada. Te dan estudio, comida, vivienda; tu familia pasa a un segundo orden, pues tus compañeros religiosos se vuelven tu nueva familia, dejas de tener contactos con personas externas y retomar todo eso es complicado”.

Otro de los grandes retos de renunciar a los votos es que, al momento de dejar la orden, sales sin bienes materiales. “Se hacen votos de castidad, pobreza y obediencia, entonces no puedes tener dinero, lo que ganas se lo dona al servicio a la comunidad. Es un reto conseguir un empleo, un lugar donde vivir”.

Los exreligiosos coinciden en que salir del sacerdocio no debe ser visto como un acto de debilidad o una “traición” a la Iglesia, sino que más bien lo hacen para evitar una vida clandestina. A pesar de esto, la mayoría de exclérigos prefieren evitar el tema.

Abandonar la vida eclesiástica tampoco implica dejar el servicio a la comunidad. Algunos -como el caso de Carlos- continúan en contacto con los más necesitados a través de la labor social o la enseñanza. “Muchos optan por la docencia en filosofía o teología”. (I)

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