El sonido de las pisadas de los transeúntes que caminan por la calle García Moreno, en el Centro Histórico de Quito, orienta a Darwin Miets, un guía turístico que hace cinco años solo ve sombras.

La discapacidad visual no es impedimento para que el joven, que se capacitó seis meses, dirija a un grupo de visitantes por ese sector.

Miets tiene el 60% de discapacidad visual y se ayuda de un bastón negro para reconocer los obstáculos que encuentra en el recorrido.

El joven resalta que con otros 30 guías no videntes encabezan una nueva forma de hacer turismo: el sensorial. Entre las experiencias que ofrecen a los turistas está la visita al local República del Cacao, en el que se elabora chocolate nacional.

La visita se inicia con una cata de tres tipos de productos. Para ello, Miets solicita a los asistentes que se cubran los ojos. Todos hacen una fila y se sostienen del hombro derecho de la persona que va adelante.

Llegan a una mesa de madera y bajo la dirección del guía sienten la textura del chocolate, perciben su olor y finalmente lo prueban.

La chilena Catalina Mideros es una de las extranjeras que participa en la degustación. La mujer, de 36 años, resalta la iniciativa de los jóvenes que son parte del grupo de atención prioritaria.

Enrique Ponce de León, ministro de Turismo, también participó en la degustación. El funcionario indicó que el  proyecto surgió por un pedido de la Federación Nacional de Ciegos del Ecuador (Fence). 

Para su ejecución se destinaron $ 30.000. Uno de los objetivos de la iniciativa es integrar, dentro de las actividades de las agencias turísticas, este tipo de experiencias.

Hasta la fecha Quito cuenta con 14 operadores que están certificados en temas de calidad y responsabilidad social. Actualmente funcionan restaurantes inclusivos. 

Uno de ellos es la heladería San Agustín, donde los foráneos, también con los ojos vendados, participan en la elaboración del tradicional helado de paila.

Lo hacen usando su olfato, tacto, oído e indicaciones precisas de los guías. (I)