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El ferrocarril de Chimbacalle es un ícono global

La estación de Chimbacalle, en el sur de Quito, se volvió una ventana a la historia de la capital, y del país, a través del testimonio de sus personajes.
La estación de Chimbacalle, en el sur de Quito, se volvió una ventana a la historia de la capital, y del país, a través del testimonio de sus personajes.
Carlos Rodríguez / EL TELÉGRAFO
11 de abril de 2019 - 00:00 - Redacción Intercultural

El sonido de la locomotora a toda hora, siempre fue la principal característica del barrio de Chimbacalle, ubicado al sur de Quito.  

Sus habitantes lo rememoran en todo momento, por lo que significó en sus vidas y su importancia en la ciudad.

Chimbacalle  es el protagonista de El Famoso Barrio de..., programa de los Medios Públicos. “Esto tenía un movimiento permanente, incluso en la madrugada, con la llegada y salida de trenes”. 

Así lo recuerda don Guido Jaramillo Garcés, quien ingresó a trabajar en la Empresa de Ferrocarriles en 1955, con apenas 17 años de edad. “Me jubilé en 1985, trabaje 30 años. Empecé como ayudante de mecánico, y terminé mi carrera en Durán, como superintendente”, manifestó.  

Jaramillo confirma que casi “no tenían descanso”, pues a toda hora llegaban las bobinas de papel para los diarios de la época. 

Bajo esa dinámica, confirma que se abrieron varios negocios en Chimbacalle. 

“Desde hoteles, hasta restaurantes, cafeterías e incluso un prostíbulo que se llamó ‘El Trencito Azul’,  para todos los que pasábamos la noche allí, incluidos los periodistas”, dice con picardía.

Así, el ferrocarrilero comenta que entre las décadas del 60 y 70 fue el boom de las nuevas edificaciones en la zona de Chimbacalle.

“Nacieron barrios alrededor, como  Los Andes, la ciudadela México, la Villaflora, y  Santa Ana”.

Don Guido Jaramillo vivió en Chimbacalle por 20 años, de ahí que el amor por su barrio siga latente.

Jornadas
El ahora jubilado manifiesta que la jornada diaria en la estación de Chimbacalle era tenaz. “A veces culminábamos y en ese rato nos llegaba un tren dañado, entonces había que arreglarlo al instante”.

En más de una ocasión, a causa del inflexible trabajo, no tenían  “Día de la Madre o Navidad”.

Aun así, don Guido encontró tiempo para el amor.

“Conocí a mi esposa en el barrio y me casé hace 56 años. Por todas esas largas jornadas ausentes, luego tenía que brindar toda mi atención con retroactivo”.

Con respecto a los sueldos  no tiene ninguna  queja.

“Cuando ingresé ganaba 12 sucres diarios (moneda ecuatoriana de ese tiempo), y luego uno iba ascendiendo. Ya al cobrar 700 sucres al mes, uno estaba muy bien”.

Jaramillo recuerda que los vagones eran de todo tipo, distribuidos en compartimentos de primera, que se pagaban más. Y de segunda, con costos más económicos.

“Aun así, nunca faltaba el personaje que no quería pagar su pasaje”. 

El ferrocarrilero menciona con nostalgia el tiempo en el que el tren tenía pasajeros habituales para recorrer el país. “Es que había  precios sociales, para todos. Por eso es que el Estado subsidiaba”.

Para Jaramillo, luego de 30 años de trabajar en la estación, “el tren es un ícono, porque nunca va a desaparecer, es parte del mundo y de  Chimbacalle”. (I)  

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