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Algunas monedas existen desde hace 9 décadas y aún funcionan

Las monedas complementarias, el respaldo de la confianza y la comunidad

En la medida que la gente observa que la moneda sí funciona y es usada sin problemas para intercambiar bienes o servicios, el sistema va ganando confianza.
En la medida que la gente observa que la moneda sí funciona y es usada sin problemas para intercambiar bienes o servicios, el sistema va ganando confianza.
08 de agosto de 2016 - 00:00 - Redacción Actualidad

¿Qué pasaría si alguien le propusiera a usted, junto con los vecinos del barrio, crear una moneda que les permitiera comprar y vender los alimentos de la comunidad? Muy probablemente diría que es una locura, que no son el Banco Central para emitir o autorizar monedas, o por último que nada de eso ocurriría porque la economía de nuestro país está dolarizada.

Pues bien, déjenos decirle que sí es posible y que esa opción se llama moneda social o complementaria. Este tipo de moneda es fruto del trabajo de grupos que establecen acuerdos para usarla para el intercambio de bienes y servicios. Esto ya sucede en comunidades de varios países europeos que, sin renunciar al Euro, usan monedas alternativas. Es como tener 2 monedas al mismo tiempo: una para usar en todo el país y otra para usar en la comunidad, el barrio o en determinada ciudad.

Existe todo un debate sobre la fecha histórica en la que la moneda sustituyó al trueque como medio de intercambio. Algunos estudiosos afirman que eso sucedió 700 años antes de Cristo. En cualquier caso, la moneda empezó a usarse en la medida que las sociedades complejizaron sus relaciones económicas. Ya no se podía simplemente intercambiar maíz por cacao, se necesitaba un medio de canje ágil, que todos pudieran llevar y aceptar. De esta forma, la moneda se fue consolidando a partir de un acuerdo voluntario para utilizarse como medio de pago. La moneda se convirtió de esta manera en un instrumento de pago, como unidad de cuenta y como un medio de depósito con determinado valor.

Desde hace algunas décadas, diferentes comunidades de Europa afectadas por la crisis económica, decidieron crear sus propias monedas para dinamizar la economía local. En estas comunidades se establecieron acuerdos para crearlas, con nombres que varían dependiendo del país: Galeuro (España), Bristol Pound (Inglaterra) o Wir (Suiza). Todas estas representan una alternativa para el pago de alimentos, productos y servicios.

Algunas monedas complementarias existen desde hace 9 décadas y aún perduran. Por ejemplo, la moneda Wir (que significa “círculo económico” o “nosotros”), es usada en Suiza desde 1934 y sirve a las pequeñas y medianas empresas para la compra y venta de productos al por menor y la contratación de servicios profesionales. Esta moneda surgió después de la II Guerra Mundial, como un medio alternativo para generar transacciones en medio de la crisis. Al 2015, se estimaba que el Wir contaba con más de 50 mil miembros y su intercambio representaba el 2% del PIB de Suiza.

Otra moneda emblemática es el Bristol Pound (o Libra de Bristol). Existe desde el año 2012 en la ciudad inglesa del mismo nombre y fue creada para dinamizar la económica local de la ciudad (cada Bristol equivale a una libra esterlina). La confianza de la comunidad en la moneda ha sido fundamental para su éxito. Según datos de la Bristol Pound, al 2015 existían 700 mil en circulación y más de 800 negocios aceptaban la moneda. Esta moneda se usa de manera impresa (billetes) y electrónica.

No solo en Europa existen experiencias con monedas de este tipo. Se han identificado casos en países latinoamericanos como México, Colombia, El Salvador e incluso Ecuador. Según un estudio realizado por la Caja Rural Cajamar de España, titulado ‘Las monedas sociales’ y publicado en 2008, existían al menos 2 mil sistemas de monedas complementarias en todo el mundo en ese año.

En Ecuador, en el año 2011 se trató de impulsar las Unidades de Intercambio Solidario (UDIS) en la parroquia Sinincay, en Cuenca, como un sistema complementario de pago. Luego de una serie de debates, sus actividades fueron suspendidas. Sin embargo, con la aprobación de la nueva Ley de Economía Popular y Solidaria, específicamente en el artículo 132, se permite legalmente la implementación de sistemas complementarios de pago.

Las monedas sociales o complementarias son más probables de ser usadas a nivel local, es decir en la tienda del barrio, panadería o frutería, que en las grandes cadenas de supermercados. Esto sucede porque el respaldo lo brinda la propia comunidad, como una medida para enfrentar la falta de medios de pago (moneda nacional u oficial) o porque las tasas de interés son elevadas y prácticamente impiden que las personas puedan tener acceso a un crédito.

Por las razones antes expuestas se llaman monedas sociales o complementarias. Sociales porque se basan en el uso y apoyo de la comunidad; complementarias porque no sustituyen la moneda oficial, sino que su utilización es adicional y complementa a la moneda oficial, y se usa únicamente en determinados territorios.

En la medida que la gente observa que la moneda sí funciona y es usada sin problemas para intercambiar bienes o servicios entre los vecinos, el sistema gana confianza y aumentan los usuarios. Las monedas sociales han demostrado que pueden funcionar, sobre todo en momentos de aprietos económicos. En este tipo de situaciones lo que ocurre es que la moneda circulante escasea, es decir, no hay suficiente para suplir a la demanda.

El estadounidense James Stodder, doctor en economía, mediante una investigación demostró que monedas complementarias como el Wir (Suiza) crean un “sistema anticíclico”, es decir, favorece la estabilidad en períodos de crisis, debido a que permiten utilizar la moneda alternativa en momentos de poca liquidez.

Hablar sobre las monedas complementarias es un asunto importante. El sistema económico global genera y enfrenta, cada cierto tiempo, periodos de crisis en los grandes centros económicos, lo que provoca graves repercusiones en las economías más débiles. La oportunidad de tener monedas alternativas puede permitir, a una economía local, resistir estos embates.

Las monedas sociales solo pueden existir, en la medida que las comunidades se ponen de acuerdo adjudicándole un valor determinado. Por ejemplo, si decidiéramos crear en nuestra comunidad una moneda llamada ‘Rumiñahui’, y le asignáramos un valor de cambio de una por un dólar, podríamos comprar e intercambiar bienes y servicios en los locales que decidieran aceptarla. Debe haber un comité que coordine su uso y, como se señaló anteriormente, para que funcione, la confianza de los potenciales usuarios es fundamental.

La moneda en sí no crea riqueza, sino todos los intercambios que ella facilita. Se crea riqueza y se dinamiza la economía por la cantidad de transacciones que se generan. Entre más bienes y servicios se están intercambiando, una economía se fortalece porque son más personas produciendo, vendiendo y adquiriendo. Eso es lo que hace una moneda social o complementaria: fomenta el consumo de bienes y servicios locales, movilizando y priorizando la economía local.

Una moneda social tiene otros aspectos positivos como la salvación de quehaceres y alimentos locales —que quizás son valorados únicamente en una comunidad determinada—, y el reforzamiento de los lazos de solidaridad con sectores o grupos de la comunidad que requieren apoyo, quienes tal vez no cuentan con efectivo en la moneda oficialmente reconocida. Dicho de manera directa, fomenta las dinámicas económicas y los lazos de confianza entre las personas de una comunidad, vecinos, productores, compradores y consumidores de los productos locales, reafirmando la identidad grupal al sentirse parte de un mismo proceso.

Pero esta moneda tiene otra importante característica, es casi imposible especular con esa moneda. Un usurero (o chulquero) difícilmente podría hacer prestamos con altos intereses, porque la moneda social solo tiene valor cuando se utiliza para intercambiar bienes y servicios en una comunidad que la reconoce como tal.

Atesorar una gran suma de moneda local serviría de poco, puesto que su valor real no viene de su acumulación, sino de su capacidad para realizar transacciones cotidianas. Así, un vecino pagará por el pan, el queso, la reparación del zapato, o cualquier otro servicio dentro de su comunidad.

Si bien el uso de este tipo de monedas no es mayoritario, sí se puede afirmar que existe un número creciente de comunidades que quieren experimentar su uso. Es una oportunidad que se viene construyendo desde abajo, desde la comunidad.

Discutir sobre la posibilidad de contar con varias monedas es un asunto que podría permitir dinamizar economías locales, pero sobre todo rescatar y fortalecer la identidad y las relaciones de la comunidad. No se trata solo de comprar y vender, sino saber quién es el panadero, la vecina de la tienda, el zapatero o la señora de la carnicería. La posibilidad de comprar alimentos a una cooperativa agrícola local, en vez de a una gran compañía, implica la posibilidad de enriquecer a nuestra comunidad y no a los grandes capitales. (I)

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