Hábitat III busca construir una nueva agenda urbana
Hábitat III es el nombre que identifica a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible. Es la tercera cita convocada por la ONU, desde 1976, buscando afirmar globalmente el compromiso político en pro del desarrollo sostenible de asentamientos, pueblos y ciudades, del campo y la urbe. Se busca construir de conjunto una nueva agenda urbana para la sociedad humana, mediante nuevos acuerdos, que orienten los procesos de urbanización en las próximas dos décadas.
Naciones Unidas nos informa que la población mundial alcanzó en 2014 los 7.200 millones, esperando que para mediados de siglo haya aumentado algo más de 2.000 millones, fecha en la cual algo más del 70% del total de la humanidad vivirá en las ciudades. La mayor parte de este crecimiento demográfico global ocurrirá en las regiones menos ‘desarrolladas’. Actualmente, más de la mitad de la población mundial vive en las zonas urbanas, mientras el número de habitantes de las grandes metrópolis y medianas ciudades sigue creciendo. Las regiones con mayor población urbana son América del Norte y del Sur, Europa y Oceanía.
China planea construir una megalópolis (Jing-Jin-Ji) de 130 millones de habitantes, con una superficie de 212.379 km² alrededor de Pekín, equivalente al 75% del tamaño del territorio ecuatoriano. En nuestro país el 41% de la población se concentra en Quito y Guayaquil, el 15% se concentra en ciudades como Ambato, Cuenca, Manta, entre otras. Se estima que para 2050 Ecuador tendrá 23,4 millones de habitantes.
En países como el nuestro, en ‘vías de desarrollo’, desde hace décadas se gesta una fuerte corriente migratoria que lleva a la población del campo a la ciudad. Este desplazamiento obedece a diversos factores, pero principalmente a la modernización del agro, el acaparamiento de las tierras y el empobrecimiento del campesinado. Los migrantes que llegan a las ciudades son poblaciones trabajadoras en edad joven y adulta buscando mejores condiciones de vida. Porque la producción económica tiende a concentrarse en las ciudades, lo que exige grandes cantidades de alimentos sanos, mayores y mejores servicios, particularmente agua y electricidad, vivienda, sanidad y transporte, más verdor, más espacios públicos y menos contaminación.
En un mundo afectado por el cambio climático es posible esperar la formación nuevas corrientes migratorias; los retos urbanos del futuro son inciertos. Debemos ser capaces de lidiar con el crecimiento informal de la población urbana y con las crecientes demandas por ingresos dignos.
Debido a la emergencia de la IV Revolución Industrial (nanotecnología, genómica, robótica, etc.) serán eliminados cientos de miles de puestos de trabajo y para siempre. Será muy difícil detener el desempleo tecnológico que provoca la automatización de las actividades productivas.
En este contexto económico competitivo, que tiende a replicar una modernización de tipo excluyente, es de esperarse que exista una caída del empleo para los trabajadores con poca calificación, y mayores desigualdades salariales entre calificados y poco calificados. Se requieren políticas públicas innovadoras, que generen mayores oportunidades de acceso al trabajo productivo -urbano y rural-, posibilitando procesos de inserción laboral y combatiendo la precariedad. El desempleo no solo constituye una exclusión, sino que anula la sociabilidad y niega el despliegue de los ‘buenos vivires’. En este sentido, la nueva matriz productiva debe ser el reflejo de una matriz social afirmada en la justicia y viceversa; su finalidad no es otra que la de procurar el bienestar y la mayor felicidad para los seres humanos.
Se requieren nuevos proyectos de ciudades que alberguen sociedades aprendientes, dignas, solidarias, innovadoras e inclusivas. Y todo ello exige nuevos y sostenibles acuerdos éticos. Pero para establecer nuevos modelos sostenibles y sustentables de ciudades, no son suficientes los pactos políticos y los compromisos formales. Debemos abrir inéditos espacios de participación y conversación ciudadana, con acceso a información relevante, de la mano con nuevos sistemas de aprendizaje y autoorganización social para el cuidado responsable y colectivo de la ciudad. Se requieren instrumentos transparentes que permitan controlar la especulación del suelo urbano, cuyos usos y beneficios deben ser pensados para el disfrute de toda la comunidad. Debemos democratizar la gestión de las urbes, para que podamos caber todas y todos evitando las fuerzas monopolizadoras. Los mercados creados por el sistema financiero internacional tienden a funcionar ciegamente, negando desde la competitividad el derecho a la ciudad. La población urbana tiene derecho a incidir en las políticas de urbanización para el Buen Vivir.
El imaginario del Buen Vivir camina de la mano con los derechos de la naturaleza. La naturaleza no es un objeto sin límites que sirve exclusivamente de materia prima para la reproducción social y económica del ser humano. No es posible el fluir evolutivo de la vida sin afectar el entorno del medio natural que lo hospeda y viceversa.
La creciente urbanización tiende a imponer un ritmo de uso y manipulación cada vez más intenso de la naturaleza y de los factores productivos. En todas partes, los seres humanos siempre se apropian, transforman, consumen y expulsan energías o elementos provenientes de la naturaleza. Las ciudades, sin importar sus tamaños o lo artificiales que sean, no podrán existir en un vacío ecológico, serán afectadas por las dinámicas del entorno natural. El concepto de sostenibilidad urbana debería revisarse. Se sostienen las cosas, los negocios, los rendimientos, pero la vida natural se sustenta.
La reciprocidad entre la sociedad urbana, la rural y la naturaleza tiene que mantenerse. Cuando no ocurren las condiciones que posibilitan equilibrar esa relación, necesariamente entra en peligro la reproducción de los sistemas de la vida social cotidiana. La sustentabilidad expresa un principio ético, concerniente a los valores del cuidado y el respeto a la naturaleza, de la que también somos parte. Urge promover una cultura de sustentabilidad, más allá de los compromisos que define Hábitat III. (I)