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Ecuador, 02 de Febrero de 2025
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El Telégrafo
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Los cultivos intensivos se extienden e incrementan la erosión y la desertificación de los suelos

Cuando los monocultivos se convierten en los responsables de un desastre global

Área boscosa destinada a producir aceite de palma, deforestada por la empresa proveedora de Procter&Gamble, manufacturera del champú H&S, en Borneo.  Foto: Ulet Ifansasti/Greenpeace
Área boscosa destinada a producir aceite de palma, deforestada por la empresa proveedora de Procter&Gamble, manufacturera del champú H&S, en Borneo. Foto: Ulet Ifansasti/Greenpeace
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Las crecientes necesidades de producir alimentos para los cada vez más hambrientos seres humanos nos han obligado a creer que la tierra debe dividirse y clasificarse. Hay terrenos para producir papa y solo papa. Hay parcelas destinadas a cultivar maíz y solo maíz, otras, solo producen col, otras más, brócoli. Los campos de frutales separan cítricos de todo lo demás. Sin embargo, la naturaleza nos muestra que los cultivos son mejores si se mezclan. Un monocultivo es más vulnerable a las enfermedades y a las plagas, pues, digamos que un hongo invade un cultivo de un solo producto, seguramente arruinará toda una cosecha y generará pérdidas considerables de recursos e incluso hambrunas.

A mediados del siglo XIX, la que se conoce como la Gran Hambruna Irlandesa mermó un cuarto de la población de Irlanda. De 8 millones de habitantes quedó reducida a algo más de 6 millones.  

Por entonces, los grandes aristócratas británicos -dueños de las tierras agrícolas- sometieron a los campesinos irlandeses y los conminaron a cultivar trigo para el consumo de las élites. Mientras tanto, en los campos, los agricultores pobres se limitaron a consumir la producción de sus cultivos caseros concentrados en la papa (proveniente de América), un producto que rendía más que otros y les permitía ahorrar. El problema llegó con la invasión de una plaga de tizón tardío provocada por el hongo Phytophthora infestans que arrasó con las cosechas de los campesinos irlandeses. Cerca de tres millones murieron, pues, obligados a concentrar su producción agrícola en el cultivo de la papa, la plaga tuvo un trabajo más fácil y rápidamente echó a perder tres cosechas consecutivas e Irlanda hasta hoy no ha logrado recuperar sus niveles de productividad de antes de la hambruna.

Las prácticas de los pueblos ancestrales se basaban, en cambio, en combinar los cultivos. En los pueblos andinos y mesoamericanos, el maíz se siembra junto al fréjol negro o al haba, por ejemplo, para que los dos compartan sus nutrientes y refuercen el suelo. Así mismo, el ají junto a otros cultivos cumple la función de fungicida natural. En general, diferentes tipos de plantas proporcionan una mejor cosecha, mientras que, la concentración de un solo cultivo puede ocasionar un verdadero desastre. Eso sin contar con que un monocultivo es más dependiente de productos químicos para cuidar la salud de las plantas, despreciando las prácticas de control biológico de plagas, que son las ideales. Los monocultivos impiden la diversificación del suelo y de las especies y los debilitan. Con el suelo débil, desgastado y desprovisto de los nutrientes que produce la diversificación, y con la vegetación disminuida por estas mismas razones, también los insectos y los animales -antes pertenecientes al hábitat sano- deben migrar, pues ya no tienen de qué alimentarse. Un suelo débil rápidamente se erosiona y se desertifica. Es que, si hay menos diversidad vegetal, también disminuye la diversidad animal, permitiendo que se propaguen plagas que afectan al mismo monocultivo. ¿Qué hacen al respecto el agricultor moderno o la gran cadena de producción y comercio de productos agrícolas? Invertir en pesticidas y contaminar el aire, la tierra, el agua, de manera que el ciclo natural termina quebrado.   

Conjunto de estatuas dedicadas a las miles de víctimas que se cobró  la Gran Hambruna Irlandesa, a mediados del siglo XIX. Se levantan en un paseo de Dublín. Foto:  Foto: Cristina Salai Soler

Los suelos, por naturaleza, desarrollan un proceso de reciclaje gracias a la proliferación de especies vegetales que proporcionan equilibrio al ecosistema, atraen a los insectos y aves necesarios para la polinización, ciertas especies recubren las raíces de otras y les aseguran un crecimiento saludable, etcétera. Sin embargo, el monocultivo quebranta el principio natural de la diversidad. Los pueblos ancestrales, en cambio, respetando este principio, desarrollaron formas de cultivo acordes con los ciclos naturales, como el cultivo por rotación o la distribución de cultivos en terrazas. Estas técnicas posibilitaban el aprovechamiento de los recursos y evitaban el desperdicio. Pero existe una gran diferencia: la demanda de alimentos, antes de la era moderna, era la justa para satisfacer las necesidades directas de los pueblos. No hacía falta atender la demanda de millones de seres urbanos hiperconsumistas y absolutamente desconectados culturalmente de la práctica agrícola. Las necesidades políticas de insertar las economías emergentes en el carril del desarrollo a corto plazo atentan contra el equilibrio natural entre el ser humano y la naturaleza y promueven un daño irreversible que podría hundir a la humanidad en una verdadera crisis alimentaria. (I)

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