Crónica a pie
Mario Ordóñez, 4 décadas entre lectores extraños
Una mujer jubilada que fue secretaria en el Banco Nacional de Fomento y ahora es experta en la Edad Media. Un abogado que presidió la Corte Suprema de Justicia del Ecuador y solía comprarle libros al expresidente Carlos Julio Arosemena. Un padre italiano que domina el latín y está obsesionado por heredar su conocimiento, a quien sea. El universo de los lectores es el universo de la extrañeza, y es ahí donde Mario Ordóñez ha habitado cuatro décadas.
“Ellos han sido algunos de mis clientes y de todos he aprendido algo, eso es lo más importante en este trabajo, en la vida”, dice el hombre de piel morena y gruesa que, desde los 23 años, visita hogares, instituciones públicas y privadas, universidades, y todo sitio donde resida un lector de política, arte, historia, comunicación o literatura. La historia empieza en la Universidad Central. Cuando Mario estaba en tercer año de Bioquímica y Farmacia, uno de los requisitos para avanzar en su carrera era estudiar cualquier idioma. Él se decidió por el italiano y fue allí donde conoció a la mujer con la que, hasta ahora, sigue casado y tiene tres hijos, Olga Herrera. “En ese período las cosas se precipitaron”, recuerda con la voz baja, temblorosa. Apenas salía con su pareja y su primer hijo ya estaba en camino, por lo que tuvo “que velar por la leche de los guaguas” y abandonar los estudios.
Originalmente pensó, pareciéndole lógico, en convertirse en visitador médico, pero una vez más dominar un idioma (inglés) era un requisito que él no cumplía. Fue en ese momento cuando una compañera de su facultad le recomendó aplicar al Círculo de Lectores, y Mario logró entrar ahí. Era un lugar en el que no se sentía extraño, pues en su infancia había tenido un contacto cercano con la lectura: junto con sus amigos del barrio, en Loma Grande, compraba cómics como La pequeña Lulú, Archie, Chanoc o Alma Grande, y luego los alquilaba a sus vecinos para acumular un fondo y adquirir otras historietas. También tenía un hermano “brillante” que siempre lo alentaba a la lectura y llevaba a casa las últimas ediciones de Salvat. “Él veía lo que iba a pasar en el futuro y por eso nos estimulaba con los libros”, dice Mario con la voz aún más baja, como si se rompiera al evocar ese momento definitorio en su destino.
En el Círculo de Lectores trabajó tres años en sectores como la Quito Norte, Carcelén y Santa Prisca. Por su temprano dominio en la promoción y distribución de libros le pidieron que liderara una nueva oficina que el Círculo estaba por abrir en Machala, una de las ciudades que más habitantes tenía en los años ochenta. Pero con su llegada a la Costa también se instalaba en el país el fenómeno El Niño y sus efectos no solo alcanzaron el campo agrícola, sino, colateralmente, al de los libros. Los vendedores del Círculo regresaban a la oficina con los zapatos y el material de venta empapados al hombro.
La inundación lo cubrió todo. Mario retornó a Quito y sus jefes querían que se trasladara a Ambato, con los mismos fines. Él no aceptó, renunció y tomó un curso de capacitación en ventas en Secap para luego aplicar a la editorial Planeta, donde trabajó tres años. “Era una muy buena distribuidora de libros y había una formación rigurosa previa a la salida a la calle. Ahí aprendí a leer, a estudiar los libros. A encontrar en cada uno de esos objetos el argumento de la venta. Maradona dijo alguna vez, refiriéndose al fútbol, que la pelota no miente. Y lo mismo es acá. El libro no miente. Yo lo que hago es descubrir el argumento más interesante de venta del libro, pero es el propio libro el que se defiende porque no miente. No hago venta a presión, le dejo al libro que haga su trabajo”, cuenta Mario, quien luego de su paso por Planeta inició su actividad, ininterrumpidamente, como vendedor independiente hasta ahora, que tiene 63 años.
Lo primero que adquirió en su nueva faceta, por 1985, fueron colecciones de los premios Nobel y Goncourt. También se hizo cargo de 120 paquetes de libros que contenían cuatro tomos de la biografía de Simón Bolívar, en donde se lo desmitificaba. “Eran ediciones hermosas, venían en un estuche negro y en la parte central de la portada estaba la firma de Bolívar sobre un brochazo amarillo, azul y rojo”. Con un ojo atento para seleccionar las obras que no solo resultan llamativas por su contenido, sino por su formato de presentación, Mario Ordóñez se ha convertido en uno de los dealers preferidos del mundo lector quiteño. Sin importarle el clima o la hora, siempre acude con su bolsa de libros enfundados bajo el brazo para dejar encargos y, de paso, tentar con novedades a sus clientes. “Siempre con respeto, sin presión. Cuando hay demasiada cercanía ya no ven a uno como un proveedor”, dice antes de seguir su camino en una ciudad que lo espera con una inclemente lluvia. (I)