El oficio de sastre no se pierde en la familia Coto
En un rincón del Playón de La Marín, en la calle Pichincha, todas las mañanas se instalan cuatro mujeres con sus máquinas de coser para ofrecer el servicio de “sastres express”.
Ellas son conocidas por los moradores del sector como “los sastres del Playón de La Marín”. Hace más de 30 años se ubicaron en el sector ocho mujeres sobre la acera. Seis son integrantes de la misma familia y las otras dos son amigas de varios años.
El mentalizador del negocio fue Gonzalo Coto (58 años). Él aprendió el oficio cuando tenía apenas 14 años en la fábrica de plumones llamada Puertas del Sol. Ahí aprendió a coser camisas, levas, faldas, pantalones, cambiaba bolsillos, pegaba botones, zurcía y reemplazaba cierres.
Después de un tiempo salió de la fábrica y empezó su propio negocio. Los primeros años se instaló en la Plaza Victoria, en el Centro Histórico, pero por la competencia que había en el lugar, decidió llevar su máquina de coser al Playón de La Marín, en donde sus hijas prestan actualmente el servicio.
El negocio se volvió familiar y cada uno de sus hijos aprendió el oficio. Pasando un día les toca el turno de salir. Una de las costureras cuenta que las máquinas las guardan en una bodega cerca del lugar. Las cuatro mujeres llegan a las 07:00 y todas se apoyan para sacar los antiguos equipos e instalarlos en la vereda.
La menor de las hermanas (30 años) dice que aprendió con solo ver a su padre trabajar. “Mis hermanas y yo hacíamos los vestidos de nuestras muñecas”, expresa. Ella no estudió sastrería, pero siempre le gustó, por eso practicó hasta llegar a conocer bien lo que hace.
Su otra hermana (40 años) cuenta que el papá fue quien le regaló la máquina de coser, hace más de 10 años. Desde entonces se dedicó por completo al negocio.
Indica que no cambiaría su máquina de pedal por una eléctrica, porque las modernas “no cosen bien, con la misma fuerza”, aclara. Asimismo, agrega que las máquinas de cocer antiguas trabajan sobre cualquier tela, aunque sea jean.
Recuerda que tuvo algunos accidentes, que son parte del oficio. Un día cociendo un jean la aguja le traspasó el dedo índice de la mano derecha. El dolor fue fuerte porque la aguja es grande y no se dobló, manifiesta.
En 2010 los artesanos del sector del Centro Histórico iban a ser removidos, pero los dejaron en el mismo lugar. Ahora tienen el permiso de funcionamiento y también reciben capacitaciones por parte del Municipio.
Agregan que el lugar no es peligroso, que los clientes pueden ir a pedir sus servicios sin ningún recelo, “los policías metropolitanos siempre están pendientes”.
A pesar de la fama de inseguro que tiene el sector, “los sastres del Playón” cuentan con clientes fijos. Susana Torres (38 años) empezó a ir al lugar desde hace dos años. Para ella el trabajo de las costureras es muy bueno y rápido. “Siempre vengo para que cosan las bastas de los pantalones del uniforme de mis hijos”, cuenta.
Otro de los clientes es José Guallichico (55 años), quien llegó por primera vez. Él pidió que le den la vuelta al cuello de su camisa, trabajo que duró 10 minutos. “Me contaron que son rápidos y hacen un buen día”, indica después de sentirse satisfecho con la labor realizada en su prenda de vestir.
Manuela Simbaña (75 años) expresa que el lugar no es peligroso, por lo que no le molesta ir al Playón para arreglar su ropa. “Aquí me entregan al instante y no tengo que esperar semanas para que me la entreguen”, narra.
Según las costureras, cuando el día es bueno atienden a más de 30 clientes. Entre las cosas que más llevan para trabajar son los cambios de cuello, cierre, botones, arreglar las bastas y zurcir.
El costo mínimo de un trabajo es de 50 centavos. “Dependiendo de la obra”, no pasan de 1,50 dólares. Los trabajos son realizados en el mismo momento que le entregan la prenda de vestir.
Aunque “si quieren pueden dejar”, aclara la hermana menor de la familia Coto. Los sastres atienden todos los días desde las 07:00.