El juego ha ido evolucionando en muchos aspectos, cada día vemos que la tecnología y la ciencia son  imprescindibles para intentar que las exigencias contemporáneas no dejen ningún detalle por analizar antes, durante y después de los partidos, incluso los entrenamientos. Me sumo a esa lista de entrenadores y amantes de este deporte tan impredecible y mágico como lo es el fútbol y que considera con convicción que todas estas herramientas nos acercan a buscar la perfección de un juego imperfecto por naturaleza, y aunque parezca contradictorio es así. La vieja frase de que se juega como se vive calza cada vez mejor cuando nos toca analizar lo que estamos viviendo, porque si no nos detenemos un poco vamos a cometer el enorme error de pensar que todo está bien y que vamos por el camino correcto, cuando no es tan así. Las tácticas pasan de moda y se renuevan por etapas, hasta cuando algún obsesivo puede imponer su rúbrica y desde allí se implantan imitaciones que se hacen tendencia rápidamente, la pregunta es, ¿las tácticas seguirán siendo preponderantes en el balompié moderno o vamos a regresar a antiguas estructuras más predecibles? En todo este abanico de posibilidades deseo detenerme un momento en un aspecto que a mi entender es fundamental en la esencia de este deporte y que cautivó a las masas durante mucho tiempo y hoy parece haber desaparecido, salvo hasta que vemos algunos valientes  intentar y cuando hablo de esto me refiero a pisar la pelota con cabeza levantada y analizar que solicita la jugada. Puedo enumerar muchos jugadores que encantaron a la redonda dominándola a tal punto que de sus pies siempre salían cosas genuinas y de un gran gusto. Hoy parece que jugar bien es solo tener transiciones rápidas, repliegues estructurados, presiones establecidas, mucha concentración y en algunos casos dominio del terreno y del balón, circunstancias muy válidas y modernas y llenas de razones pero que indefectiblemente opacan lejanos conceptos que eran necesarios, como manejar los tiempos y encontrar la pausa para aclarar las ideas del colectivo y desde ese descanso estratégico seguir afrontando el compromiso. Las cámaras de televisión hoy repiten una y mil veces  con todas sus opciones cuando Xavi Hernández o Iniesta pisan la pelota, se toman un segundo y la depositan en un compañero bien ubicado, característica que seguramente será bien graficada para los no tan jóvenes cuando les nombro a Juan Román Riquelme por ejemplo, quien hizo del balón una extensión de su pie derecho y lo trató como muy pocos sin olvidarme del Pibe Valderrama que era tan veloz en sus pensamientos que solo necesitaba el contacto con el esférico para que de sus interpretaciones salieran pases profundos y llenos de peligro sin tener que ser dinámico en sus recorridos, pero para no ser injusto con la historia voy a nombrar quizás al creador de los tan necesarios paréntesis que a mi entender invariablemente solicitara el fútbol en cada partido y ese fue el majestuoso Ricardo Enrique Bochini, ‘el bocha’, jugador endeble, quizás con pocas características de ser un atleta pero que con su accionar tan silencioso pero determinante, consiguió que el público se enamore y se llene de sorpresa cada vez que de sus pies salían notas musicales porque eso llegaron a ser los pases milimétricos e imposibles de ver los que nos regaló este ‘crack’. En definitiva, las evoluciones son bienvenidas y  también todas las herramientas que ayuden a potenciar un juego que ya es la mayor atracción del cosmos, pero no pregonemos que solo correr y realizar tareas encomendadas con estudios previos es jugar bien porque no es así, el enamoramiento nació desde las fintas de Garrincha, de las piruetas de Pelé, de la magia de Maradona y de tantos otros que pusieron a la caprichosa un rato bajo la suela, donde ella siempre se siente agradecida y cobijada. (O)