Xi Jinping es el nuevo emperador de su país
“Es el hombre más poderoso en gentes, en tierras y en tesoros que jamás hubo en el mundo”. Así describía el veneciano Marco Polo al Kublai Kan, el emperador chino al que sirvió. Han transcurrido siete siglos y la historia pareciera haber dado un enorme salto de regreso al pasado. Al borrar de un plumazo los límites para que el presidente Xi Jinping pueda gobernar de por vida, la Asamblea Nacional de China ha convertido el gobierno de un solo partido en el gobierno de un solo hombre. Xi preside hoy el país, el partido y el ejército, y tal acumulación de poder no se había visto desde la época de Mao. En apenas cinco años de mandato ha logrado romper de un tajo la estructura de liderazgo colegiado que estableció el reformista Deng Xiapong. Eso estableció contrapesos entre las diversas facciones de la gigantesca burocracia del Partido Comunista. Es indudable que Xi Jinping goza de una gran popularidad. Además de la mejora en sus condiciones de vida y del orgullo nacionalista por el creciente peso de China en la política internacional, ganó prestigio por la feroz campaña desplegada contra la corrupción galopante que ha sancionado ya a más de un millón de funcionarios, incluyendo a ministros y dirigentes del partido. Una purga similar a la Revolución Cultural de Mao Zedong, auténtica guerra civil que la sociedad china aún recuerda con pavor. Aquel “salto hacia el igualitarismo”, que se apoyaba en los jóvenes pero escondía las ansias de Mao de controlarlo todo, tuvo un enorme costo económico, cultural y en vidas humanas. Hoy la población china está más preocupada por mejorar sus condiciones materiales y es apolítica. Difícilmente habrá grandes protestas pero el acelerado crecimiento económico, desde la apertura al capitalismo, ha causado un aumento en la concentración de la riqueza y de la desigualdad social que ha generado tensiones. También surge una clase media que comienza a exigir más libertades. Las autoridades censuraron las redes sociales por las masivas críticas a la entronización de Xi. Las atribuciones casi monárquicas, que le fueron otorgadas en el país más poblado del planeta y segunda potencia económica, son un retroceso para China y para la democracia y las libertades en todo el mundo. Otro ejemplo nefasto de los “hombres fuertes” -al estilo Putin y Trump- que quieren gobernar por encima de las instituciones. Es el mismo proyecto autoritario rechazado en Ecuador. (O)