Ver y no ver
La nueva película del alemán Michael Haneke, Un final feliz (2017), pese a su título auspicioso, es un retrato más bien pesimista de una familia burguesa residente en Calais, ciudad fronteriza francesa, en la que, aunque parece reinar un ambiente tranquilo, prevalece las huellas de una modernidad decadente.
La mencionada familia es disfuncional. En su interior existe poca comunicación. Se trata de un clan que vive de las comodidades de la riqueza generada por sus negocios inmobiliarios. A sus componentes, Haneke los muestra aislados y distantes, aunque interrelacionados por celulares y computadoras, además por la servidumbre compuesta por inmigrantes a quienes, uno de los miembros de la familia, los nombra públicamente como sus “queridos esclavos”.
La caída de un muro de contención, mientras se construye un edificio, y la muerte de uno de los trabajadores, produce una fisura que se trata de remendar con negociaciones, contratos judiciales y arreglos bancarios. El problema, sin embargo, no es este, sino que tal muro es el símbolo de ese bloqueo que el capitalismo ha impuesto contra quienes desean la libre circulación.
De un lado está ese mundillo de burgueses decadentes con sus vidas encerradas en sus propias perversiones, y del otro ese otro mundo, del cual solo se nota, a breves rasgos, pero con contundencia, su presencia: los inmigrantes africanos que, mudos y nominados como “esclavos” por sus ricas comidas, deben soportar el silencio y la aversión con que se les trata.
Pero a ese muro se contrapone otro: el de la cámara del teléfono celular. La representación de este dispositivo es decidora en el filme: la protagonista, una niña, filma a su madre depresiva y la muerte de su mascota; lo propio el intento de suicidio del abuelo.
Tal niña es otro símbolo de una nueva generación para la cual los fenómenos contemporáneos es indiferente. Ella observa, oye, está presente en ciertos momentos; además esconde una verdad de la que no es consciente: el posible homicidio de su madre.Si los muros opacos son contra los vecinos, contra los inmigrantes, el celular es un muro transparente contra una época de desconcierto, contra un mundo sin referentes. En este contexto, la familia es arreferencial para ella.
De ser así, Un final feliz de Haneke es un retrato amargo de lo que no se quiere ver: la incomunicación impuesta entre semejantes. (O)