Análisis
La vanidad puede ser la sepultura de los políticos
Entre centenares de frases que acostumbraba a disparar el “antipoeta” Nicanor Parra, consta una que irritó a políticos de todas las tendencias ideológicas, que en la mayoría de países son tres: izquierda, centro y derecha. La frase de marras decía: “la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”.
Palabras que ayudan un poco a descifrar el resultado de las elecciones, básicamente en Quito para la alcaldía, pero también en Ambato, Machala o Cuenca, donde se registraron sorpresas. Muy pocos advirtieron que el gran número de candidatos quiteños (18) dispersaría los votos, sobre todo los del centro y de la centroizquierda.
Tal vez el que entendió lo que se venía fue Mauricio Pozo, excandidato a la Vicepresidencia, que también se presentó como postulante a alcalde en los primeros días de campaña. Pozo prefirió renunciar a sus pretensiones al ver que la mayoría de candidatos se disputaban los mismos votos o espacios, pero ninguno era capaz de aglutinar las preferencias y solo Pozo lo entendió así.
Los demás reafirmaron sus egos -que es todo lo contrario a la humildad- y siguieron trabajando para sí mismos. Ni siquiera atinaron a insinuar una elección primaria, la obnubilación fue mucho más fuerte, confiaron en las encuestas que, una vez más, demuestran sus falencias metodológicas y despreciaron a sus rivales.
La política está ligada a los sentimientos y el que se descuida puede caer estrepitosamente; eso lo pueden confirmar recién ahora Paco Moncayo y el capitán Zapata, los Falquez en Machala o los Torres en Ambato.
El caso de Cuenca es diferente, porque Jefferson Pérez siempre se mantuvo en el 22% de las preferencias, una cifra que tiene que ver con el porcentaje de los cuencanos que lo admiran por sus logros deportivos y no por los políticos; pero la mayoría prefirió a un “outsider” como Pedro Palacios y no al alcalde Marcelo Cabrera, que finalmente concluyó el tranvía, aunque tal vez esa pudo ser la razón para que no lo reelijan.
La otra realidad es que Quito tendrá un alcalde con apenas el 22% de los votos, muy poco para una ciudad que rápidamente se desencanta de sus autoridades, especialmente cuando notan que la gestión no es consistente o demuestran incompetencia.
La idea de no asistir a debates o de vivir solamente de glorias pasadas, también fueron advertidas por los electores. Si solo se sumaran, por ejemplo, los votos de Moncayo y de Montúfar, Quito tendría hoy un alcalde con más de 32% de votos, pero sin vanidad no hay política y en medio de la dispersión el populismo trabaja exitosamente. (O)