Punto de vista
Una pasión llamada Barcelona
Recuerdo el día en que mi padre me llevó por primera vez al Estadio Modelo para ver jugar a Barcelona. Fue en 1980 y se enfrentaba a América de Quito. Ese día, el Ídolo ganó, y al final del campeonato se llevó la copa del fútbol ecuatoriano, con el inolvidable golazo de “chilena” de Víctor Epanhor, en el Estadio 9 de Mayo de Machala.
En la selva y en el páramo, en las islas y en el llano, Barcelona Sporting Club es un fenómeno social que trasciende geografías, regiones y culturas. Es sin duda, un ícono de ecuatorianidad, no solo por el color de su camiseta, sino porque condensa un sentimiento de unidad nacional, solo equiparable a nuestra gastronomía, al pasillo y a Julio Jaramillo. No en vano, cantó el poeta Fernando Artieda en la voz de un bohemio: “ahora solo nos queda Barcelona”.
Aprendimos a amar a Barcelona por razones, a veces, desconocidas. Pero el pasado 4 de diciembre se proclamó campeón nacional por décima quinta vez desde que nació aquel 1 de mayo de 1925, en las venteadas y olorosas calles del barrio del Astillero, y eso cuenta en la prolongación de la leyenda. Su ancestro blanco, mestizo, mulato, negro y montubio le otorgó esa raigambre tan de pueblo que lo caracteriza, como representante de la diversidad sociocultural del Ecuador. Si repasamos las fotografías y los nombres del primer equipo amarillo y grana, entenderemos la importancia, en la década del veinte, de haber conformado un equipo deportivo multiétnico y multiclasista, como desde el inicio fue Barcelona: Guillermo Miñán, Rigoberto Aguirre, Carlos Sangster, Manuel Murillo Moya, Ottón Márquez de la Plata, Gonzalo Zevallos, José Morla, Rafael Viteri, Vargas, Pacheco y Criollo.
Más de 90 años después, Barcelona es aún ese crisol de identidades que se amalgama en un ideal, el mismo que los movió a unirse en ese lejano 1925, y a emprender una desconocida travesía que los llevó, paso a paso, a ser el ídolo máximo del fútbol ecuatoriano, capaz de unir a costeños, serranos, amazónicos e insulares.
Cuando Barcelona juega, no importa que sea visitante o local, pues indistintamente, los estadios del país se llenan de fanáticos. Nuevamente, el eco anónimo del Ecuador profundo resurge y en los graderíos aparecen leyendas como: “Manta con Barcelona”, “Loja presente”, “Quevedo”, “San Juan”… todas las localidades del país enuncian su pública declaración de amor a Barcelona y el Ídolo no solo se convierte en un símbolo de patria, sino en el referente de la patria, del terruño, de lo más íntimo y entrañable que nos remonta al seno materno.
Desde el génesis de su creación, Barcelona supo conectarse con el sentimiento popular. Pero la idolatría nació, indudablemente, a partir del año 1960, cuando el equipo del Astillero quedó, por primera vez, campeón nacional, con un imbatible equipo conformado por Pablo Ansaldo -recientemente fallecido- en el arco; Herrera, Lecaro y Macías en la defensa; Alume, Zambrano, “Pajarito” Cantos y Cordero en el mediocampo, y Agustín Álvarez, Aguirre y Navas en la delantera. La profusión de atacantes que tenía Barcelona en los años sesenta lo identificó como un equipo de vanguardia, que adelantaba la marcación y proponía buen fútbol, imitando al Brasil de Pelé de aquella época, que era campeón mundial.
Posteriormente, ese esquema continuó en los años setenta con la aparición de nuevas estrellas: Alberto Spencer (quien jugó en 1971-1972), Juan Manuel Bazurco, Alfonso Quijano, Jorge Bolaños, José Paes, Nelsinho, Washington Muñoz. Memorable fue el triunfo de Barcelona frente a Estudiantes en La Plata, Argentina, en 1971, importante hazaña porque se le había ganado al tricampeón de América.
En los ochenta, Barcelona ganó nuevos campeonatos nacionales, convirtiéndose en bicampeón por segunda vez (1980-1981) y apuntalando a una nueva generación de jugadores que alcanzó, por primera vez, una final de la Copa Libertadores -dramática, por cierto, con las atajadas de Carlos Luis Morales-, en 1990. En 1998 repitió el vicecampeonato en la Libertadores y uno de los héroes más destacados fue el barcelonista que, por fin, ha liberado a su amado equipo de la indolencia: José Francisco Cevallos.
Mucha agua ha corrido bajo el puente y hoy Barcelona es más grande que nunca porque pudo renacer de sus cenizas. El domingo 4 y el sábado 10 de diciembre todos salimos a festejar. Como muchos, recorrí la avenida 9 de Octubre y en peregrinación llegué al Astillero, limpio y nuevo, a la raíz de mi pasión. (O)